Septiembre 2001

El Paso

josé marzo
El renacer de la agonía

Una de mis novelas preferidas es El vizconde demediado, de Italo Calvino. En ella se relata la fantástica historia del vizconde Medardo de Terralba, que en la guerra contra los turcos fue dividido en dos por una bala de cañón, una mitad buena y otra mala. De regreso en sus tierras, la mitad mala se dedicó a reproducir su propia mutilación en todo lo vivo, personas y animales; mientras que la mitad buena, cuando llegó tiempo después, se consagró a reparar los destrozos causados, de modo que... “así transcurrían nuestras vidas, entre caridad y terror”. Pero, aunque todos temían al Malo, pronto comenzaron a cansarse del Bueno, que continuamente los sermoneaba, “ceremonioso y sabelotodo”, impidiéndoles gozar de la música, a la que acusaba de fútil y lasciva. “De las dos mitades es peor la buena que la mala”, se empezaba a decir en Pratofungo, el poblado de los leprosos.

El divertimento de Calvino se puede leer como una alegoría del carácter indisociable del bien y el mal, de la moralidad, pero también, por extensión, de nuestra naturaleza compuesta en todos los órdenes de la existencia.

Sin embargo, en un mundo sin dioses, sin normas morales universales escritas de una vez y para siempre, las categorías del bien y del mal, en cuanto absolutos, ya no sirven y deben ser sustituidas por los principios del derecho. Hoy en día, en los albores del siglo XXI, nos encontramos aún inmersos en esta crisis, larga y profunda, la de la sustitución de la moral de carácter metafísico por el derecho democrático, que se fundamenta en la sociabilidad.

Un pensador contemporáneo que constató de modo explícito el carácter compuesto del comportamiento humano fue Nietzsche, quien afirmó que en cuestiones de moral el individuo, lo no divisible, está diviso, es decir, dividido. Pero como en otros casos, el filósofo intempestivo, que se elevaba hasta lo sublime en algunas observaciones, caía en el ridículo en sus propuestas, pues al reivindicar al individuo como un espíritu libre, asocial, él mismo lo estaba dividiendo. Aunque era un gran filólogo, había equivocado los términos: confundió diviso con compuesto, a lo peor tan sólo para hacer un juego de palabras. De este modo, creyendo superar la división, simplemente estaba negando la composición, la dimensión social del individuo, incurriendo en otro tipo de puritanismo, el individualista. Crítico extremo del liberalismo ilustrado, en este aspecto era, sin embargo, puritanamente liberal.

Las ideas son arroyos que divergen y confluyen. Es a través de la falsa concepción de la libertad como un hecho natural, apolítico, saltando del protestantismo a Locke, de éste al anarquismo liberal, de allí a Nietzsche, y luego a Isaiah Berlin y al neoliberalismo, como se ha introducido en la sociedad contemporánea el puritanismo neoplatónico, que consideraba que el individuo es una porción perfecta del alma divina y que no hay otra libertad que la de ser sí mismo, dedicado a la contemplación y rehusando la acción: último resabio de una concepción metafísica y errónea de la identidad individual.

Frente a ello, y eludiendo el extremo contrario del colectivismo, un puritanismo de lo común, sólo cabe aceptar de nuevo el carácter compuesto del individuo social, que no puede dividirse si quiere permanecer íntegro, en permanente lucha consigo mismo, atravesado por una radical incomodidad psíquica.

Algo así como un nuevo vizconde Medardo de Terralba recompuesto y convertido en ciudadano, con una profunda cicatriz cauterizada que lo cruza desde el cráneo hasta la ingle.

Porque el ciudadano es el escenario de una gran batalla, una agonía eterna entre las fuerzas que pugnan dentro de él, y sólo mediante el equilibrio alcanza instantes de paz.

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