Noviembre 2001

Perfiles

blanca gago domínguez
Pedro Casariego Cordoba

La obra de Pe Cas Cor (Madrid, 1955-1993), como a él le gustaba firmar, ha estado siempre escondida en librerías de callejón, cuyo dueño se emociona al saber que nos interesamos por el que fue su amigo en otros tiempos más vitales. Y este desconocimiento no sólo se debe a la dificultad de distribución y difusión que ha tenido su obra, llena de propuestas ajenas a las directrices de la literatura comercial, sino también a la propia actitud del autor, que huía espantado de todo aquello mínimamente relacionado con la palabra “profesional”. De hecho, Pedro Casariego mantiene su afán, más allá de la muerte, de pasar sigilosamente por la vida. Él sólo escribía y pintaba para sí mismo y para las personas que quería. La poesía cumplía la misma función que la pintura: ayudaba a abrir el grifo para dejar que manara el torrente. Por ello quizá no pudo separar nunca ambas formas de expresión, y a través de sus obras vemos cómo va poco a poco moldeando una técnica de acoplamiento en la que escritura y imagen pictórica acaban formando un texto, una estructura perfectamente cohesionada e interdependiente.

Desde Maquillaje (1983) hasta La vida puede ser una lata (publicado póstumamente en 1994 por la familia y los amigos del autor), Pe Cas Cor aprendió mucho sin dejar de pretender y buscar ansiosamente lo mismo ( la sorpresa, la emoción desnuda, la ternura, el simple acuerdo con el propio ser…), por ello el lector que queda impresionado por un primer poema acaba hojeando con afán en las librerías de callejón otra oportunidad de leer su escasa obra. En toda ella, la lectura como flujo infantil de emociones es un efecto producido no sólo por la forma poética ( escritura y dibujo) sino principalmente por la actitud artística del autor, que hace al lector detenerse ilusionado ante cada nuevo poema. En ellos, la ternura y la sinceridad se mezclan con elementos adultos como la sutilidad perspicaz o la ironía, que a veces llega al cinismo nunca malévolo. La mayoría de textos surgen de la vida más cotidiana y reconocible, acomodan al lector hasta volver la situación del revés: lo que parecía una correcta y amable sentencia acaba brillando como análisis imaginativo y punzante de algo que nos atañe directamente. En una frase, en tres o en cinco. Sólo la lógica se deja siempre aparte. El orden no cabe en el arte de Casariego Córdoba, porque entonces ya no es belleza, ya no es virtud y no tiene validez:”No me des un beso inteligente, no quiero un beso cruel”.

A través de este flujo se encauza la libertad expresiva y se proyecta la voluntad de escapar de una realidad incompatible con los anhelos más íntimos y primitivos, y que hacía que Pedro Casariego se creyera cada vez más su papel de usurpador, porque ocupaba un lugar que no le correspondía. De ahí su rechazo a participar en la “impostura general”, que adornaba con curiosas extravagancias, como llevar la misma ropa todo el año, fuera invierno o verano.

La influencia de las vanguardias de principios de siglo está inevitablemente presente en sus textos poéticos, de hecho, varias veces se han comparado éstos con las gueguerías de Ramón Gómez de la Serna. Pero hay una diferencia fundamental entre ambos autores: Ramón adquiere del Modernismo la fijación por la belleza y las sensaciones puras, mientras que Casariego une indefectiblemente la alegría producida por la espontaneidad y el optimismo al dolor más cruel, el que un ser humano puede hacerse a sí mismo cuando opta por renunciar a todos los mullidos vendajes, disfraces, máscaras, y asumir su condición de ser indefenso totalmente incapaz de comunicarse. Muchos poemas contemplan la muerte como podrían hacerlo con un gato que se enreda en un ovillo. El juego, como recurso vital y literario, está presente en toda la obra de Pe Cas Cor, pero llevado a sus últimas consecuencias. La inocencia se pierde por el camino, y Pedro Casariego jugó hasta que el usurpador con sus vendajes, la figura hipócrita creada como ser social, quedó muy lejos, muy perdido. Sin él, todo era enormemente difícil, ya no había momentos de seguridad. Entonces el Pedro de verdad se suicidó, y ahora sólo nos queda la ternura conmovedora de sus poemas, que siempre nos ayudará a aliviar nuestra propia sensación de impostura.

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