Noviembre 2001

enrique gutiérrez ordorika
Los sonidos humanos

Los comienzos terribles del siglo XXI invitan a un ejercicio de humildad. La historia sigue produciendo desgracias alrededor de los sueños de las conquistas humanas; y es que cuesta asomarse a lo que acontece hoy por el mundo sin respirar el temor de que cualquier profecía optimista no sea más que otro envoltorio retórico para que inhalemos las podredumbres del presente con un aroma perfumado. Contrariamente a la soberbia de la especie que genera la benevolencia con la que juzgamos algunos progresos, el hombre –como decía Cioran- es indiscutiblemente una aparición extraordinaria , pero no es un logro.

Si hacemos caso a los antiguos, esta aparición se basaría en la palabra, en una palabra que sirve lo mismo para ocultar que para dar a conocer, tanto para la verdad como para la mentira o la fábula. Desde tiempos inmemoriales el habla ha sido considerada el sonido que establece la superioridad humana sobre el silencio de la planta y el gruñido del animal. El hombre para Aristóteles es un animal dotado de palabra. Esto, curiosamente, podría llevar a hacer pensar que el espíritu sólo sería lenguaje, e incluso que nuestro quehacer se limitaría a construir discursos, una realidad artificial más allá de la misma realidad.

"Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo" decía Ludwig Wiggenstein, y Hamlet como si supiera cual es la lógica de la ficción teatral en la que él está encerrado, les solicita a los cómicos "que la acción responda a la palabra y la palabra a la acción". El paralelismo con los espectadores existe, busca la verdad pero su existencia es literaria y está marcada por la incertidumbre. Como nosotros sueña hallar el punto de conexión entre las palabras y los hechos, entre los discursos que se emiten y la realidad que acontece.

Pero como sugería hace poco Bernardo Atxaga en la presentación de un libro de entrevistas, las palabras son como los guantes que cubren los dedos de la mano con la que intentamos asir la verdad, guantes que impiden a nuestro tacto desnudo el encuentro con la textura real de la cosas. A veces pueden ser finos guantes de seda que nos aproximan al conocimiento de lo que tocamos, en los que la caricia puede dibujar los contornos de lo que parece ser y otras veces, como sucede actualmente en la mayoría de los discursos mediáticos, las palabras constituyen rudos guantes de boxeador que ocultan las aristas de lo que sucede y nos incapacitan para palpar los materiales que conforman la realidad.

Esto recuerda la vieja impresión que sobre el lenguaje artístico tuvieron los poetas simbolistas de principios del siglo XX. Rimbaud y Mallarmé, entre otros, también estimaban que las palabras ya no se correspondían con su potencial originario e intentaron recuperar su vieja capacidad simbólica abogando por una especie de misticismo poético que otorgara a la palabra un poder de encantamiento que la devolviera al lejano estadio en el que todavía representaba una imagen infinita o una forma de magia. Sus ambiciosas y desmesuradas pretensiones fracasaron, aunque sirvieron para dejarnos algunos excelentes poemarios que hoy ocupan un lugar preeminente en la historia de la literatura. Sin embargo, "a nosotros sólo en las batallas nos toca la suerte/ Y ellas pueden morir predicando el futuro" nos advierte Osip Mandelstam en Tristia, un poeta que consideraba a los simbolistas "dignos padres".

Hoy en día las pretensiones son más modestas. Hemos desistido de emparentar a las palabras con la magia, las palabras ya no predicen , ahora nuestra preocupación se centra en que ya ni siquiera recuerdan o ni siquiera narran. Ha aumentado la sensación de que el pasado y el presente se hallan sepultados en la distorsión del ruido...Y es que, tal vez, lo humano sea simplemente el discurso, independiente de que éste sea ininteligible o falso o verdadero o absurdo... Estamos ante un Abismo de Abismo, en el que cobran sentido aquellos versos de Vladimir Holan: "No tienes ya qué decir, incluso el silencio ha renunciado a y tu ser, y en consecuencia la misma muerte ha renegado de ti..."

Somos una aparición extraordinaria pero ningún logro, el logro sigue siendo un sueño lejano, el sonido armónico de un humanismo que, basta repasar las portadas de los periódicos, está todavía por construir, al menos si la esperanza de que existe el futuro persiste.

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