Noviembre 2001

El Paso

josé marzo
La culebra

Después de haber caminado durante largo rato, es un placer detenerse. Para tomar asiento bastan una piedra plana o la sombra de un árbol; pero si atardece y no llueve, la simple hierba de un claro en el bosque puede ser suficiente.

Dejas tu carga a un lado, te descalzas y limpias con agua las rozaduras de los pies. Reposas la espalda en la hierba. Cierras los ojos y escuchas sonidos en los que antes, cuando caminabas, no habías reparado.

Ahora se mide mejor el camino recorrido, se valora cada repecho. Ya has despejado una duda, la de si serías capaz de salvar aquel obstáculo. Y los obstáculos que aún encontrarás y el que finalmente te vencerá no podrán cambiar este hecho: superaste aquel repecho y, abriendo una vía nueva, has ayudado a que también lo superen los que vendrán detrás de ti.

Debes proseguir. Otras dos horas de marcha antes de la próxima parada. Quizá allí encuentres a los que te preceden, para charlar y aprender historias y experiencias. O quizá estés otra vez solo.

Prepárate para lo peor, y así disfrutarás de esas pequeñas alegrías que la mayoría ignora.

Pero no te quejes. Para otros ha sido más difícil: tienen peor calzado, agotaron las provisiones y, en el último cruce, creyendo ir al sur tomaron el camino del norte.

Phoolan Devi, la Reina de los Bandidos, era aún adolescente cuando durante varios días fue arrastrada desnuda de aldea en aldea y violada repetidamente. Un viejo bondadoso, que pagó su valor con su vida, la liberó, y Phoolan huyó campo a través. Después de varios días de acoso, tenía tanta sed que estaba dispuesta a entregarse a la policía, aun sabiendo que la matarían. De pronto, sin embargo, apareció una culebra grande, amarilla y negra, que alzó la cabeza y la miró con ojos dorados.

Phoolan no temió ser mordida y habló con ella: de sus sufrimientos, de la pesadilla por la que acababa de pasar.

La culebra giró y se alejó, se acercó de nuevo, repitió el mismo gesto varias veces. Mostró a Phoolan el camino de un manantial. Tan sólo un pequeño manantial entre las rocas.

Luego, igual que había venido, desapareció.

Ojalá todos encontremos alguna vez en nuestro camino una culebra amiga.

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