Mayo 2001

Desde dentro

mari carmen imedio
Mediocres colocados

En orden. Tal como lo veo, la mayoría está -estamos- colocada en exceso. Organizar parece querer decir instalar; por eso rechazamos lo que no cabe en nuestro equilibrio, para alcanzar así el de todos. Al nacer nos colocan en una única dirección: norte o sur, Europa o África. Limitamos el día a día intentando situarnos en la cumbre. Con tal de que no nos muevan hacia abajo, todo vale. Incluso pudrirnos en un rincón que cada vez es más rincón y, creemos, también más nuestro. Y dejar pasar muchas sensaciones.

Entre otras, la duda. Lo sabemos todo: quiénes somos, dónde estamos, qué queremos. Somos felices sabiendo y ni siquiera sospechamos lo vivo que resulta el ignorar para, luego, averiguar, contradecirse y seguir dudando.

Desaprovechamos el todo porque nos conformamos con partes: si soy hombre, hombre; si mujer, mujer. Generalizamos para no distinguir. Simplificamos, reducimos sin atrevernos a multiplicar: dos sexos; dos partidos políticos, ni uno más.

Dejamos de lado el movimiento. Nuestro estado es idéntico hasta el final, sin variaciones. Cuando nos preguntan cómo estamos, hay quien contesta “Yo bien, como siempre”. Nos estancamos. No fluctuamos. Si acaso, hacia arriba, que así obtenemos beneficios; en lateral sólo existe lo que ya tenemos. Empequeñecidos como “humanos-bonsai”, nos instalamos en un milímetro cuadrado y en ese espacio decimos evolucionar, aun sabiendo que ningún lugar tan pequeño permite crecer.

Olvidamos la sorpresa, el sentido del vértigo. Atrás quedaron la montaña rusa, las curvas y los cambios de velocidad. Soñamos a todas horas con el término medio. No blanco + no negro = sí gris. Hasta permitimos que la moda nos vista de ese color.

Abandonamos la realidad activa, la conciencia. Nos hacemos amigos del “No sabe/no contesta” y lo mantenemos a ultranza. Si nos quedan ideas ahí dentro, no las defendemos. Pasivos vitales, nos aferramos a lo fácil, a la imagen: aquél parece esto, así que debe de serlo. Mejor no molestarnos en comprobarlo, no ser conscientes; a ver si, por meternos donde no nos llaman, se nos complica la existencia.

No engendramos utopías; tampoco deseos. ¿Para qué hurgar en la realidad y querer transformarla, si haciéndolo corremos el riesgo de echar a perder nuestro puesto en la escalera (relaciones personales, trabajo, bienes materiales) en la que dicen sólo tenemos que ascender?

Poseemos nada, cosas que un terremoto puede destruir. Hablamos nada para llenar el silencio, que nos invita a pensar y que por eso tememos. Vivimos nada, y hasta nos quejamos ante nosotros mismos de que llevamos vidas aburridas.

¿Qué tendrán los publicistas? Analizan como científicos, dan en la diana. Su último acierto es hacernos ver la realidad, que tanto nos cuesta desmenuzar por nosotros mismos: Soñamos con (…) Y nos despertamos yendo al trabajo o al supermercado (…) Para que dejes de soñar y empieces a vivir.

Queda probado: somos nada; mediocres, mediocres colocados. Pero la vida no lo es, por mucho que nos empeñemos en convertirla en una línea recta. Dicen que la única forma de cambiar de vida es cambiar la propia vida. Cambiar y empezar a ser. Dejar de parecer mediocres porque las apariencias cambiantes son el primer síntoma del cambio real. ¡Hecho! Un, dos, tres, ¡acción!

Ilustración: Mikel Valverde

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