Mayo 2001

Bajo huella

virginia elena cubillán
Del lenguaje del poema

No se trata de descifrar el contenido arraigado en la musicalidad de sus sonidos o en la rima –a veces inexistente- de la que muchas veces se vuelve esclavo. Tampoco es cuestión de hojear en el diccionario de la sapiencia en busca de esas analogías que le identifiquen como real, ya que un poema es real desde el momento en que el poeta le piensa. Su materialización en el papel representa el clímax alcanzado por esa ansia devoradora que es la de darle a la vista ajena el privilegio de palpar con el pensamiento, el significado de una idea que quedaba pequeña para las palabras y para la mente del escritor.

El poema permite a su creador, la particularidad de hablar gesticulando sin necesidad de usar las manos; de pronunciar palabras sin necesidad de usar los labios; de mirarse a través del espejo interno sin necesidad de mirarse a los ojos, cuando parado frente a ese espejo, la única imagen manante es la de un reflejo que se vuelve sonidos y unas cuantas letras sobre papel. Un poema representa todos los lenguajes en uno; el embudo de la expresividad; la savia de los sentimientos. Es etéreo, al mismo tiempo que lleva consigo y para sí, la fuerza inexpugnable de una concentración masiva de ideas que deja entrever la fragilidad y la diversidad de la que el ser humano se vuelve víctima. Basta sólo con mirar a los ojos de quien al terminar de leer el poema se siente traspuesto y de esos sentimientos engendrados por el poder intrínseco de las palabras expresadas por el deseo del escritor, que con la intención de solamente “expresar” llega a transfigurar el momento del lector, convirtiéndolo no en un instante dedicado a leer, sino en una extasiante experiencia en el corazón de su torbellino de emociones.

Razón tienen aquellos que dicen sentir tristeza, o alegría, o temor al leer un poema y al al sentir su intimidad trastocada, dejando al desnudo una anatomía encerrada bajo llave tras los muros de la realidad y de la objetividad. Porque miedo nos dá el demostrar lo que detrás de esos muros hay; porque alegría nos inspira el saber que no sólo uno es el número de voces que pregona la existencia de pensamientos sublimes; porque tristeza le dá a muchos el darse cuenta que por medio de un poema sólo, es posible recordar que ese delirio subjetivo es palpable, y que la prueba yace en ese papel entre las manos que habla por sí solo.

Un poema nos habla al leerlo, en un lenguaje que aunque digamos desconocer, es entendible y hasta esquemático para su asimilación. Frente a nosotros se sienta y se desinhibe, y conversa con nuestro verdadero yo. Se trata entonces de que nosotros entendamos o no, de que rebasemos la barricada que lleva a lo “esencial” y nos hagamos portadores de una noción que vuela en alas de la imaginación y de las imágenes encendidas a modo de fogatas en las playas de la realidad.

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