Mayo 2001

Bestiario

josé morella

Leyendo el diario de Anaïs Nin se tiene la sensación, engañosa o no, de que la escritura es una cosa sencilla: una simple constelación de ideas expresadas con toda la naturalidad y precisión de que uno es capaz. Aquí y allá podemos escuchar a Anaïs charlando a Henry Miller sobre el caos y la desaparición del yo, visitando al escultor Brancusi como si la única razón de la visita fuera confirmar la pureza del motor creador de su melancolía, yendo a mítines parisinos en los que participaba André Malraux y la Pasionaria sabiendo que no van a convencerla a pesar de comprenderlos, viajando a Nueva York para trabajar con el psicoanalista más importante de la ciudad (Otto Rank, una mente hiperlúcida atrapada en la imposibilidad de conseguir tiempo y analista para analizarse él mismo: no podía vivir porque estaba todo el tiempo curando a la gente para que pudiera vivir). En una escena fascinante, Anaïs le lleva a bailar al Harlem, a un club negro de jazz. Rank no ha bailado jamás en su vida. Comienza a liberarse y le pide a Anaïs que se quede con él. Lo hace un tiempo. Todo el mundo le pide que se quede, y ella suele hacerlo aunque sea momentáneamente. Y esas compañías se compartimentan en viajes, en escenas, en recuerdos de escenas que configuran un recorrido aparentemente arbitrario sino fuera por el orden temporal. Todo el diario, a pesar de lo anecdótico que es, está plagado de ideas. Por todas partes. Cada persona con que Anaïs se cruza la hace parir decenas de ideas que ella misma no puede controlar, que la fluyen como a un río. Luego escribe las anécdotas, de las que las ideas quedan suspendidas en el aire, confundidas entre la autora y el lector, en forma siempre de imágenes suprarreales: un científico en la pista de baile, un harén de mujeres en fez mirando a una mujer occidental y coqueteando con ella, Nueva York y la imposible verosimilitud de avisperos enormes horadados por huecos de ascensor de velocidad vertiginosa, París rancio y noble en casas de campo donde meriendan intelectuales españoles y cubanos, franceses y yanquis. Eso es la vida. El envés de la literatura. La novela no es un espejo, es el agujero del árbol de Alicia. El orden (que podemos llamar „astrológico‰) que estas ideas toman puede ser azaroso, como azarosa es la posición de las estrellas en el momento y en el espacio en el que uno nace. Pero la palabra „idea‰ no hace justicia, porque está viciada por el tiempo y el uso. Ahora ya no significa „reflejo‰, como significaba para los antiguos griegos. Algo parecido a fotos del inconsciente, fotos hechas por una máquina que se ha vuelto loca y que sólo controlamos un segundo de cada millón, y acaban mezcladas caprichosamente en un álbum. Eso es la novela. No somos especialmente aficionados a los horóscopos en el Bestiario, pero la metáfora de la constelación de ideas parece buena para hablar de la novela. Aunque Anaïs no hace una novela, su diario es uno de los textos en prosa más deliciosos, por „fotográficos‰, que en el Bestiario nos hemos echado al buche en los últimos meses. Algún Buendía de la saga de Cien años de Soledad pasaba el tiempo intentando hacer un daguerrotipo de Dios; de un modo similar pero más efectivo, el diario de Nin hace fotos del alma para presentarlas en forma de constelación de luces. Siguiendo con la metáfora, esas constelaciones de ideas que serían todas las novelas, según el momento en que fueran vueltas a parir o reencarnadas (leídas por un lector concreto) tendrían, indefectiblemente, un destino escrito en una carta astral de las ideas: podríamos hacer una taxonomía de las novelas, del mismo modo que hay varios tipos de persona según el momento en que se nace. Habría novelas Virgo, novelas Acuario, novelas Capricornio. Hay novelas de una sola idea, potente y luminosa, que avanza como un ariete hasta abrir todas las puertas, todas las resistencias; otras hechas de varias ideas expuestas al caos; otras con infinitas posibles combinaciones de ideas dadas al lector para su manipulación. Ideas sádicas, ideas oscuras y penetrantes, ideas tímidas, inseguras, ideas violentas, ideas esquizo, ideas manipuladas y manipuladoras, ideas vírgenes y secas, maduras y dulces. Todas formando constelaciones que cristalizan gracias al efecto catalizador de los ojos del lector al posarse sobre ellas. ¿Se atreven con el inútil y falsario juego de la taxonomía? El corazón de las tinieblas, Rayuela, Moby Dick, Cumbres Borrascosas, Crimen y Castigo... Ya pueden comenzar a jugar.

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