Junio 2001

Perfiles

blanca gago domínguez
Julio Cortázar

Hace ya diecisiete años que murió este genial escritor argentino, pero su presencia es aún muy viva entre sus lectores y en la crítica más actual. Su personalidad, como escritor y como hombre, se descubre en cada uno de sus libros, que retratan las pasiones, inquietudes y obsesiones de este “argentino universal” (título indiscutible a pesar de haber nacido en Bruselas y fallecido en París). Lector entusiasta, políglota, devoto del jazz (su relato más venerado, El perseguidor (1959), está basado en la biografía del músico Charlie Parker), gran fumador y conversador, afirmaba orgulloso que en su madurez nunca había dejado de ser un niño. De ahí quizás su gran afición por el juego, la ironía, la carcajada...elementos constantes en su obra y especialmente importantes en Historias de cronopios y de famas (1962) y Los autonautas en la cosmopista (1983). La primera tiene como función básica advertir a sus lectores del peligro de convertir su rutina diaria en un total acto reflejo. Así, acciones tan sencillas como subir una escalera o hacer girar un picaporte son explicadas desde una nueva perspectiva. La segunda es el resultado de una experiencia real: Cortázar y Carol Dunlop, su segunda mujer, recorrieron durante treinta y seis días la autopista París-Marsella, en un juego con estrictas reglas impuestas por ellos mismos. Como en otras ocasiones –La vuelta al día en ochenta mundos (1967) o Último round (1969)-, la elección de un género literario tradicional clasificatorio se hace imposible. Son obras compuestas por relatos, artículos, críticas, recortes, fotografías, poemas..., que constituyen un diálogo constante y tienen como finalidad el acercamiento entre el lector y el autor.

Cortázar odiaba las imposiciones externas a la literatura y, a través de las posibilidades gnoseológicas del surrealismo y las vanguardias (el sueño, la inconsciencia, el juego ya mencionado) se esforzó en buscar respuestas más allá de la cotidianeidad y la aceptación tácita. Por ello, la mayoría de sus relatos parten de un hecho inquietante que trasciende la normalidad diaria, y eso permite cuestionar la realidad aparente, las coordenadas espacio-temporales habitualmente tomadas como referencia. Así se inician el deseo y el proceso de búsqueda, en la cual muchas veces el amor y el erotismo son piezas clave, como en Rayuela, una novela inagotable que, en 1963, revolucionó el panorama literario. Sus infinitas posibles lecturas se estructuran según la división entre el lado de acá (Europa, París) y el lado de allá (Latinoamérica, Buenos Aires), reflejando en el desarraigo de los personajes el propio exilio de Cortázar, que abandonó Argentina por motivos políticos en 1951 y nunca, ya instalado en París como escritor reconocido, pudo dejar de sentir su tierra. Así, participó en la vida social y cultural de América Latina con viajes, conferencias y alusiones constantes en sus obras, de las que Libro de Manuel (1973) es la más polémica. En ella, el autor describe las injusticias que se viven en el continente a partir de una serie de artículos extraídos de la prensa mundial. La crítica social se conjuga con el humor ácido a través de unos personajes –Polanco y Calac- que, al igual que Horacio Oliveira y La Maga, en Rayuela, o los mismos cronopios –seres que buscan y encuentran sin limitarse a aceptar lo impuesto-, son referentes en la historia de la literatura del siglo XX. Gracias a ellos, y a la exigencia constante por parte del autor de implicar al lector en la obra para reinventarla, la voz de Cortázar se sigue oyendo. Y sigue fascinando.

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