Junio 2001

Emergentes

inés matute

Mail art y sus degeneraciones

En un siglo, milenio o fin de los tiempos, en el que la comunicación y consecuentemente los medios de comunicación (print media and broadcast media) han alcanzado una importancia trascendental, no es raro que haya surgido una forma artística cuyo medio de expresión lo constituye cualquier objeto- carta, postal, paquete- susceptible de ser enviado por correo.

Sin ir más lejos, hoy por hoy uno de los principales protagonistas de la definición del término “arte” es el medio de comunicación: el trabajo creativo, en solitario silencio, con la pasión o la desesperación como única aliada, encuentra su límite en la referencia, la noticia o la posible imagen que alguno de los poderosos mass media transcriba más o menos gratuitamente. “El que no se anuncia no vende” y “sin la pertinente reseña no hay obra destacable” son frases acuñadas en una época en que los canales de difusión cobran especial relevancia.

Pero, ¡volvamos la vista a edades más inspiradas! Fue a inicios de los años sesenta, cuando se empezaba a perfilar lo que después se denominaría arte povera y arte conceptual, el momento del nacimiento del “Correspondence Art", "Postal Art" o "Mail Art". No puede olvidarse que precisamente en esa época surgiría dentro del Nuevo Realismo francés la figura de Yves Klein quien, aparte de sus memorables monocromos, se hizo famoso por la "Exposición del vacío". Los artistas del grupo Fluxus en Alemania -Maciunas, Beuys y Vostell, entre otros- con sus impactantes performances, bien pudieran considerarse un claro precedente. Para dotar de más consistencia al concepto, Ray Johnson fundaría en 1962 la primera escuela de arte por correspondencia, la "New York Correspondence school".

Las ideas en torno al Mail Art y a los que lo practican son realmente muy diversas y pueden plantearse desde múltiples puntos de vista: desde una actividad con claras connotaciones sociológicas hasta una grotesca broma conceptual. Formalmente, el aspecto de la obra varía enormemente y puede presentarse desde la más espartana austeridad al barroquismo más delirante, en función de cómo aparezcan los mensajes escritos (si los hubiera), de la tipografía empleada, los sellos y matasellos, los pequeños dibujos o esquemas adjuntos, así como un inmenso repertorio de objetos cotidianos o rarezas. El intercambio que se establece entre los diferentes artistas que practican el Mail Art ha dado como resultado un circuito artístico que crece sin parar y que además presenta nuevas posibilidades paralelas a los avances tecnológicos; telegramas, faxes, e- mails... la red se amplia en la medida en que se amplían las posibilidades y se suman nuevos adictos a este modo de intercambio para el cual no existen fronteras.

La idea de máxima libertad de expresión, inherente al Mail Art es, sin duda, uno de los factores que más atractivos lo han hecho para muchos artistas. Al no existir interés pecuniario, el Mail Art se erige como algo atípico en una sociedad en la que todo se halla supeditado al poder económico. En la medida en que un artista de una parte del mundo pueda establecer contacto (con un mínimo costo) con otro de una zona cultural sociológica y geográficamente muy distante, se vencen los habituales obstáculos de comunicación y las trabas económicas. En cierto modo, cabría afirmar que el ansia de libertad que siempre ha caracterizado a los artistas ha encontrado a través del Mail Art una buena posibilidad de expresión.

¿Lo mejor de todo esto? Que al favorecerse la reproducción casi infinita de obras y documentos sin tener que recurrir a las empresas de artes gráficas o a los galeristas, la democratización del entorno artístico, tan enconadamente perseguida por los artistas postales, vería así colmadas buena parte de sus aspiraciones, puesto que el autor se convierte en su propio editor y distribuidor. Por otro lado, a la inmediatez con que el producto sale del taller y llega a su destinatario, se suma la rentabilidad económica, ya que el artista no debe realizar una gran tirada para compensar los gastos derivados de la impresión, que por otro lado son mínimos.

¿Lo peor? El todo vale. Las montañas de papeles y pequeños fetiches caseros con los que los galeristas nos vemos a diario desbordados; desde poemas de ínfima calidad hasta dibujos o haikus que no reúnen unos mínimos para ser denominados como tales. Los nuevos soportes tecnológicos carecen de filtros, y cualquier persona, dotada o no para el arte, puede dedicarse a enviar tonterías de nulo o mínimo interés para el galerista, el artista o el crítico. Hay obras difíciles de encasillar en los tradicionales ámbitos del arte- y recuerdo ahora la botella de aire de Duchamp, los “restos” de Kurt Schwitters- pero tampoco hay que pensar que aquel que recibe estos inesperados envíos va a descubrir una insólita belleza donde las ideas o la coherencia brillan por su ausencia. La realidad o la irrealidad banal no interesa.

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