Junio 2001

El Paso

josé marzo
Individuo versus colectivo

Los pregoneros de las dos últimas décadas nos han acostumbrado a interpretar la historia contemporánea como un conflicto entre el individualismo y el colectivismo, del cual el primero saldrá felizmente victorioso, para bien de todos. A su favor esgrimen un argumento de peso: el colectivismo, en su versión marxista-leninista, desembocó a su pesar en sistemas totalitarios que rivalizaron con las pesadillas de Aldous Huxley y George Orwell. Así que ahora, concluyen dando un salto de atleta, ha llegado el momento de ensayar el método contrario, el individualismo, que a falta de una mejor formación lingüística confunden con egoísmo.

Iluminando el equipo de los “individualistas” colocan el liberalismo, y el de los “colectivistas”, el socialismo. Siguiendo este esquema, con los primeros suelen alinear a los partidarios de la libre empresa, el laissez faire, la libertad negativa, la diferencia, el interés y lo privado; y con los segundos, a los defensores del estado intervencionista, el control legal, la libertad positiva, la igualdad, la generosidad y lo público.

Pero si pretendemos aplicarlo a rajatabla, encontraremos serias dificultades para ubicar numerosos hechos. El departamento que diseña la publicidad de masas de Coca-cola ¿se compone de individualistas o de colectivistas? ¿En qué bando militaría Tolstoi? ¿Y Gandhi? ¿Qué Gandhi, el que escribió la autobiografía o el líder anti-imperialista? ¿Qué movía a Estalin, el interés o la generosidad? ¿Por qué abogaba Hitler, por el liberalismo o por el socialismo?

Una cualidad destacada de este esquema es su pretensión de universalidad, de ley categórica que superaría todos los conflictos anteriores: el que en la Ilustración enfrentó a la razón con la fe, en el Romanticismo a la imaginación con la razón, y sucesivamente al empirismo con el idealismo, al progreso con la tradición, al proletariado con la burguesía, al internacionalismo con el imperialismo, al feminismo con el machismo y a la tecnología con la naturaleza.

Como todas las soluciones finales, ésta también dicta un camino único para una única meta: el bien común, se nos dice, resultará de la suma de los intereses privados, y el día en que éstos prevalezcan, se nos repite, habremos alcanzado al fin el reino de la estabilidad y la concordia.

En beneficio del individuo y de la colectividad, o en el mío y en el nuestro, o cuando menos en beneficio de la inteligencia, solicito mejores argumentos.

Ilustraciones: Patxi Eribe

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