Junio 2001

Cartas del Norte

josé luis garcía
Charles y Mary Lamb
Cuentos de Shakespeare

Hace unos años, un desafortunado Ministerio tuvo la desafortunada idea de realizar un spot publicitario en el que aparecía la imagen de un benemérito padre de familia, alto, guapo, sonriente, amigo de sus hijos y mejor esposo pero que tenía en contra el que "nunca había roto un plato" porque difícilmente podía hacerlo quien no compartía con su pareja las tareas del hogar. Básicamente la campaña intentaba animar de esa forma a que la cohabitación hombre / mujer implicase a su vez un reparto de las tareas domésticas. Hasta ahí, totalmente razonable. Es más. Desde mi humildad apoyaba la propuesta con todas mis fuerzas, hasta que una amiga me dijo un buen día: ¿Sabes?. A mí que me den ese padre de familia ejemplar que sale por la televisión, buen marido y amigo de sus hijos y esposa, que del resto, de las tareas de la casa ya me encargaré yo.

Hace relativamente poco, paseando por la Plaza Mayor de mi ciudad, tropezamos dicha amiga y yo con una de esas mesas que se instalan en la calle periódicamente con el objeto de recoger firmas sobre las causas mas nobles que podamos imaginar. En esta ocasión estaban recogiendo firmas "contra la explotación laboral infantil". Cuando nos solicitaron nuestra firma, mi amiga, ni corta ni perezosa les espetó: ¿Por qué sólo contra la infantil y no contra la explotación laboral en general?. Y ni corta ni perezosa los dejó plantados con su bolígrafo buscando nuevos incautos que firmasen su manifiesto. Déjala, alcancé a oír que decía uno de ellos. Ya el otro día me hizo lo mismo cuando estábamos recogiendo firmas por las treinta y cinco horas. ¿Pues no va y me dice que hasta que no seamos capaces de hacer que se cumplan las cuarenta, que nos olvidemos de las treinta y cinco?.

Sirva todo este rollo como ejemplos de lo que les quiero contar a continuación. Recientemente, me figuro que debido a las Fiestas Navideñas ya pasadas, he tenido la ocasión de adquirir uno de esos libros que si no fuera por lo antes mencionado difícilmente compraría. Uno ya está en una franja de edad en la que prefiere regalarlos a que se los regalen (no, mentira) y por ese motivo decidí contribuí a la incipiente biblioteca de mis hijos Pablo y Henar con un maravilloso ejemplar de los Cuentos de Shakespeare escritos para los más pequeños por los hermanos Charles y Mary Lamb, quienes seleccionaron y adaptaron una veintena de obras entre comedias y tragedias y las vertieron en prosa con la nada despreciable intención de hacerlas llegar a los mas jóvenes para que estos de mayores sintieran la necesidad de acercarse a las originales piezas del dramaturgo ingles. Una excelente idea que asombra se desarrollara en pleno auge del Romanticismo europeo, y que maravilla aún mas hoy en día, dado que no es precisamente la recuperación de los clásicos algo por lo que apuesten los editores. Pero como no, al igual que hiciera con anteriores volúmenes, La leyenda de Sleepy Hollow de Washington Irving, por poner un ejemplo, Alba Editorial nos entrega el volumen mencionado en el que podemos acercarnos, algunos por primera vez, de Romeo y Julieta a Hamlet, de El Rey Lear a Macbeth, del Sueño de una noche de verano a Otelo, para a continuación, y esbozando una tímida sonrisa, intuir lo que diría la amiga a la que hacía referencia en el comienzo de este artículo / reseña: ¿pero es que esta literatura no es válida para adultos?. Por supuesto que lo es. Y no me cabe ninguna duda, que cuando Luis Magrinya seleccionó para Primeros Clásicos los Cuentos de Shakespeare, estaba pensando precisamente es todos aquellos que aún, por suerte, no hemos dejado de ser niños.

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