Junio 2001

Bestiario

josé morella

En este país nos desayunamos casi a diario con muchos tipos de atentados, pero al bestiario le impresionan los actos de terrorismo cotidiano y siniestro que se dan en las convencionales casas de hijo de vecino. El asesinato que no tiene que ver con grandes conflictos políticos o sociales y que, por eso, es visto como menor. Vivimos en un país atrasado en lo particular y trágico en lo universal. Somos universales en la muerte, o mejor dicho en la manera de morir. Mujeres y hombres entran en el matrimonio o en su sucedáneo como quien entra en una siniestra obra teatral, en el papel de asesino o asesinada, de torturador o víctima. No hay semana sin sus dos o tres asesinatos que nos retrotraen a la goyesca España oscura de Fernando VII y, a la vez, al drama eterno de Eva, a la que se puso a prueba y que, por no soportarla y comer el fruto, todavía no ha sido perdonada. Todavía muere. Pero esta sección es de literatura, y no va a dejar de serlo.. Cada asesino "doméstico" es Barbazul, cuya leyenda recogió Perrault. Barbazul es un sádico que no quiere casarse pero seguramente no lo sabe. Como la gente se casa, él no se plantea que no tenga que casarse, que no le apetezca. Así que se casa. Varias veces. Pero claro, convierte el matrimonio en algo distinto. Decapita a todas sus mujeres y las va coleccionando en una habitación recóndita de su castillo. Una inmensa mayoría de las casas de familia de este país (y supongo que de todas partes) son castillos de Barbazul. El matrimonio es el castillo de Barbazul, descendiente de Drácula, triste como Drácula. Kafka, un tipo genial con una fobia absolutamente visceral a cualquier tipo de compañía humana mínimamente duradera, flirteó durante toda su vida con el matrimonio precisamente para no tener que casarse. En "El otro proceso de Kafka" Elías Canetti nos explica cómo para Kafka el matrimonio es un patíbulo, y la casa común de la pareja un ataúd. El inicio de un encierro en vida, un tema que también sedujo a E. A. Poe, obsesionado con esa figura. Kafka, en su seriedad, era paradójicamente vitalista. Siempre enfermo, siempre escribiendo, pero huyendo del encierro. Una versión moderna de Barbazul es la que nos ofrece la genial narradora inglesa Angela Carter, por cuyo taller literario pasaron, sin superar a su maestra, novelistas ahora muy en boga: McEwan, Ishiguro, Amis... En su cuento "La cámara sangrienta" se inventa una particular visión de la leyenda de Barbazul. Ofrecemos unos chispazos: Nada más empezar el cuento, la madre de la joven novia le pregunta a la chica: "¿Estás segura de que le quieres?" Ella responde "estoy segura de que quiero casarme con él". Barbazul es descrito como una flor blanca que mancha. El blanco es el color de lo siniestro, y la mancha el símbolo del crimen. La novia dice "Voy hacia el matrimonio, hacia el exilio...al casarme sentí que siempre estaría sola." En otro lugar se puede leer una cita que ella encuentra entre los papeles de él, un escrito de una antigua esposa: "el supremo y único placer del amor es la certeza de que uno está siendo diabólico". Una última frase de la chica: "cualquier novia traída a este castillo debería venir ya vestida de luto, debería traer consigo a un sacerdote y a un ataúd". No hacen falta más citas. La cámara sangrienta, lugar donde se almacenan los cadáveres de todas las mujeres de Barbazul, es el espacio del matrimonio. La chica, como Eva, cede a la curiosidad y utiliza la llave prohibida para entrar en la cámara sangrienta, tal y como el ogro había calculado, de modo que podrá culparla y matarla. Si ella fuera buena y no cediera, si fuera una santa (es decir, un ser sin curiosidad), él simplemente quizá la torturaría de por vida. Eso también ocurre en la vida cotidiana, y mucho, sólo que no sale en los periódicos. Para finalizar, una casualidad curiosa. Kafka y Carter hablan, cuando se refieren al matrimonio, de la Revolución Francesa; en una carta de "amor" a Felice, Kafka escribe que se imagina su unión del siguiente modo: "atados indisolublemente por las muñecas de tu mano izquierda y mi mano derecha. No sé realmente cómo se me ocurre esto, quizás porque tengo ante mí un libro sobre la Revolución Francesa con relatos de testigos presenciales, y porque cabe la posibilidad de que en alguna ocasión haya subido al patíbulo una pareja atada de esa forma". Angela Carter, en su cuento, hace que la novia reciba como regalo de compromiso un collar de rubíes rojos para su cuello, y explica: "Después del Terror (...) los aristócratas que escaparon de la guillotina tuvieron la ocurrencia irónica de atar un lazo rojo a su cuello justo en el punto en que la cuchilla lo habría seccionado, un lazo rojo como la memoria de una herida...". Como su collar, como su herida, como su patíbulo. La violencia del matrimonio, obvia para quien piense detenidamente sobre el tema, sólo puede sugerir soluciones tan radicales como las de una Revolución con mayúsculas. Seguimos en un mundo en el que para no hacer una pequeña cosa que nos molesta hacer hay que montar una revolución absolutamente radical. Como Bartleby, el escribiente de Melville, que responde a toda demanda con la frase "preferiría no hacerlo". Revolución gigante y pequeña a la vez. Todo es gigante y pequeño a la vez. Miserias de parejas, matrimonios, muertes, sangre. Todo a la vez. Pensarán ustedes que exageramos. Además, las pruebas del arte no se admiten en los juicios sumarios. Son subjetivas. Pero a nosotros, de alguna manera inexplicable para la razón de los súbditos y los funcionarios, nos ayudan a entender algunas cosas. Nos dan imágenes, leyendas, algo.

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