Julio 2001

Perfiles

blanca gago domínguez
Alejandra Pizarnik

Es ésta una de las leyendas negras que aún quedan en la poesía hispanoamericana. Su obra, inclasificable en ningún movimiento, escuela poética o tendencia artística ( aunque para la autora Victoria Ocampo era la diosa por excelencia ), describe un mundo personal, una conciencia, de un modo que lleva la sinceridad literaria a su máxima expresión y desemboca muchas veces en el intimismo brutal. Es acaso el narcisismo, del que fue acusada Alejandra en numerosas ocasiones, su principal arma poética. Exprimiendo el yo puedo llegar a cualquier otro, parece pensar constantemente. En una lucha constante por aprovechar las infinitas posibilidades de comunicación que tiene ante sí, el ser humano se da cuenta de que, a pesar de ello, sigue irremediablemente solo. A la autora esa lucha, y el agotamiento consecuente de la derrota, la llevó a suicidarse a los treinta y seis años ( en 1972 ) durante un permiso de fin de semana que había obtenido en el sanatorio psiquiátrico por buena conducta. Su final, a decir verdad, no sorprendió a la crítica, que la consideraba una autora marginal y conflictiva, incapaz de sobrellevar la vida práctica, dependiente y hasta manipuladora. Era una niña-monstruo. Y hasta hace muy poco, gracias sobre todo al esfuerzo de la gente que la conoció bien y la quiso, el público no ha podido acceder objetivamente a la obra de la autora argentina. La reedición sucesiva de sus obras poéticas ha sido paralela a la publicación de su Correspondencia y sus Diarios, que muestran de nuevo la búsqueda desgarradora del lenguaje sin límites que dé una posibilidad de esperanza, una respuesta tranquilizadora. Porque la poesía de Alejandra Pizarnik es eso, el intento de afirmarse y adquirir una identidad a través de las palabras.
Y, cuando esto no es posible, aparece el miedo. Miedo a sí misma, a lo que pueda suceder, al contacto con los demás...La angustia se cierne sobre todo aquello que implique estar vivo en el mundo. Y, una vez más, ese sentimiento tan universal, pero curiosamente tan argentino a la vez, de exilio y de desarraigo. Pizarnik, hija de emigrantes de Europa del este, creció en Buenos Aires mirando los barcos que se alejaban del puerto y queriendo subir a uno de ellos para conocer otra tierra esperanzadora, llena de respuestas. En sus primeras obras, como La última inocencia o Las aventuras perdidas, el viaje en tanto que huida actúa como símbolo en sus poemas.
Y Alejandra consiguió un pasaje para París, donde vivió entre 1960 y 1964. Allí amplió sus estudios universitarios, hizo amistad con varios artistas contemporáneos, escribió mucho...pero no encontró lo que buscaba. De ello son testimonio las tres obras publicadas a su regreso, Los trabajos y las noches, Extracción de la piedra de locura y El infierno musical, donde la autora empieza a verse como una perpetua exiliada, un ángel sin edad extraña a todo en cualquier parte. Quizá su búsqueda era estéril porque estaba proyectada en el pasado, en la infancia-paraíso. En algunos poemas, las voces de la adulta y la niña se confunden, comparten sus miedos ( la noche, el silencio ), y dan a la obra de la argentina una extraordinaria fragilidad tierna que no evita la crueldad cuando ésta es necesaria. Porque Pizarnik escribe como continuación a su pensamiento, y de su fuerza nace la comunicación con el lector que, a poco que lo permita, podrá compartir su miedo, sus esperanzas, sus desengaños, en una obra donde las palabras son objetos y el lenguaje tiembla.

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