Julio 2001

Emergentes

inés matute

SELF HYBRIDATIONS: Orlan, de profesión mutante

Orlan es la primera artista que ha utilizado la cirugía plástica como técnica para convertir su propio cuerpo en una obra de arte: las nueve intervenciones quirúrgicas a las que se ha sometido hasta la fecha – algunas de ellas retransmitidas vía satélite- se han convertido, gracias a la anestesia local y una buena dosis de sangre fría, en impactantes performances.
La megalómana Orlan, lejos de limitarse a “ceder” su cuerpo al experimento de mutación, también diseña, en aras de un control escénico más exhaustivo, los uniformes del equipo médico (que en alguna ocasión ha encargado a Paco Rabanne) así como la decoración del quirófano, pues no conviene a un buen performer descuidar esos pequeños detalles que malograrían una brillante puesta en escena. La lectura de textos filosóficos o psicoanalíticos, por boca de la propia artista, suele acompañar las incisiones del bisturí, bisturí que tan pronto coloca prótesis como lima huesos o inserta bolsas de silicona en los lugares más insólitos del cuerpo de esta mujer de 54 años que se niega a envejecer al ritmo de los años. Según la artista, “el mío es un trabajo profundamente humanista, pues se cuestiona los cimientos morales y sociales y la tradición estética de nuestra época. Mi objetivo es superar tabúes, ofrecer al mundo la posibilidad de escapar de la prisión de lo físico proponiendo la creación de tantos cánones de belleza como personas en un mundo ideal que favorecería la diferencia. Mis operaciones no son un fin en sí mismas, sino un medio para demostrar que la belleza puede asumir una apariencia que no es en sí implícitamente bella. Nuestros cuerpos han sido alienados por la religión, por el trabajo, por el deporte e incluso por la sexualidad, y han sido formateados en función de unos modelos prefijados. Yo obtengo seres híbridos, cuerpos mutantes, posibles apariencias de civilizaciones que no poseen las mismas ideas preconcebidas que nosotros. En mi opinión, el cuerpo se ha quedado obsoleto, no ha podido adaptarse al ritmo de los acontecimientos”

Sin ir más lejos, David Cronenberg ya está ultimando el papel de Orlan en su próxima película. El guión está basado en un futuro donde no existe el dolor y las relaciones entre los seres humanos se viven de manera distinta. Aboliendo la frontera entre lo real y lo virtual, Orlan someterá su cuerpo a una operación de apertura y posterior recosido de su abdomen sin otro objeto que demostrar que incluso después de esta operación absurda ese mismo cuerpo puede jugar, reír o amar sin dejar de ser el mismo. Un cuerpo abierto en canal que sin embargo nada tiene que ver con las habituales imágenes de dolor, tortura o muerte a las que inconscientemente tenderíamos a asociarlo.
(Por razones obvias, me viene a la cabeza la imagen del buey desollado de Rembrandt).

Pienso ahora en la necesidad del dolor para la vida. En esos niños insensibles al dolor que mueren porque no son capaces de percibir el calor y se abrasan junto al fuego al carecer de sensores térmicos. En extremidades adormecidas que se necrosan sin que su dueño perciba cambio físico alguno hasta que ya es demasiado tarde. Un mundo sin dolor es un mundo imposible, un mundo de niños que nunca llegan a crecer, pues nacen con vocación de cadáveres. Pero aquí llega Orlan, y nos asombra con sus metamorfosis indoloras, con sus lúdicas negaciones de muerte. Y mientras tanto la docta dama imparte clases en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Cergy- Pontoise, y vende fotografías de sus performances por siete millones de pesetas. Y yo me pregunto si no seríamos nosotros quienes deberíamos de mutar nuestra capacidad de asombro y cambiar de canal, automáticamente, cada vez que Orlan intente, desde su vanidoso quirófano abierto a todos los públicos, arrebatar a los dioses lo que es sólo suyo. Ahí quedan las fotografías, creo que hablan por sí mismas.

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