Diciembre 2001

agustín vicente benito

gusa@euskalnet.net

Fraudes e imposturas

En primer lugar tenemos los plagios, abundantes, o simplemente publicitados, últimamente. Luego están los fraudes. Un fraude famoso es el llamado “fraude del vocabulario esquimal”. Muchos habremos oído (algunos en la Universidad, todavía) la historia de la cantidad de palabras de que disponen los esquimales para nombrar a los distintos tipos de nieve. Son, según las versiones más interesantes, unas cuarenta y siete. También habremos oído la explicación de tal proliferación de términos, y su consecuencia: el vocabulario esquimal contiene tantos nombres porque los esquimales están especialmente interesados en la nieve, dada la abundancia de ésta en su entorno, y tal cosa repercute en su “visión del mundo”, al menos del mundo nevado, distinta sin duda de la nuestra. Estas ideas, y este ejemplo, suelen asociarse con el lingüista y antropólogo B.L. Whorf. En efecto, Whorf hizo uso de este ejemplo para reforzar sus tesis acerca del relativismo lingüístico, grosso modo, la idea de que nuestra visión del mundo y nuestra conducta cultural está determinada por nuestra lengua materna. Un caso aún más claro en el que ocurre esto, según Whorf, es el de la lengua hopi y su para nosotros exótica conceptualización del tiempo. Pues bien, ni la lengua hopi conceptualiza el tiempo como decía Whorf ni el vocabulario esquimal tiene cuarenta y siete, o dieciséis, palabras para la nieve, sino tan sólo tres. Además, ¿qué importancia puede tener la proliferación de palabras en un dominio determinado? Un experto en perros dispone de un vocabulario más amplio que yo en lo que a los perros toca, sin duda. ¿Es éste un hecho interesante? El whorfianismo, sin embargo, se impuso sobre bases tan fraudulentas y/o poco estables como éstas, y, a día de hoy, son muchos los que se resisten a abandonarlo.
Otro gran fraude, éste más reciente, es el que tiene que ver con los estudios de sociología del conocimiento científico y la crítica literaria post-estructuralista. El matemático Alan Sokal desenmascaró este género de estudios enviando a una prestigiosa revista del área un artículo repleto de despropósitos pseudocientíficos, que fue, como cabe suponer, aceptado. Más adelante, publicó un libro en el que se recogían párrafos y páginas enteras de literales sinsentidos escritos por autores del prestigo de Lacan o Julia Kristeva. Se trataba, en su mayor parte, de una cháchara que importaba la “atmósfera” de rigor de las ciencias físicas, pero que, como digo, componía textos que no tenían ni pies ni cabeza, aparte de incluir abusos descarados de famosos principios de la física como el principio de incertidumbre de Heisenberg. Que se sepa, desde que explotó el “caso Sokal”, no ha disminuido el éxito ni la influencia de Lacan et al. en los círculos en que eran figuras que gozaban de un cierto reconocimiento.

Aparte de los fraudes probados, como estos dos, encontramos los que cabría llamar “desarrollos de intuiciones”. Un caso reciente de éstos es el de la teoría del fin de la historia, de Fukuyama, y otro podría ser el de la idea del choque de civilizaciones, de Huntington (digo “podría ser” porque no conozco el libro más que por sus recensiones). La base “científica” y el rigor de una teoría como la del final de la historia es mínima, si entendemos la teoría de una forma sustantiva, interesante, por lo que es fácil demostrar su falsedad. Pero la manera más plausible de entenderla es como una teoría vacía que no dice nada (lectura en la que ahonda el propio Fukuyama en sus últimas defensas de la teoría). Aún así, se trata de una teoría discutida y moderadamente influyente que nadie sabe en realidad qué dice. Otro ejemplo de este tipo de “desarrollo de intuiciones” es el de algunas teorías acerca de las diferencias entre los géneros (masculino y femenino). Curiosamente, muchas feministas de hoy día se mueven en los parámetros de una teoría que en origen era más que machista. A principios del siglo pasado, Otto Weininger desarrolló una “teoría feliz” que identificaba lo masculino con lo racional y la actividad, y lo femenino con la sensibilidad y la emoción pasiva. Su valoración de esos supuestos rasgos esenciales de la mujer era intensamente negativa, y es en este respecto en el que se diferencia de la corriente de feminismo a que me refiero. Según este feminismo, las mujeres son, efectivamente, sensibles y emocionales, pero eso, desde su punto de vista, es lo mejor que se puede ser. De nuevo, en tanto que teoría “interesante” es obviamente falsa, pues hay hombres sensibles y mujeres racionales, pero la lectura habitual es la propia de una teoría vacía, que no dice nada (que es lo que ocurre cuando se practica la respuesta de “hay hombres femeninos y mujeres masculinas”). En ambos casos, el de Fukuyama y el de este tipo de feminismo, no existe más fundamento teórico que la impresión o la intuición que tienen sus defensores en un momento dado. Sin embargo, son teorías más que moderadamente populares.

En definitiva, entre nuestras neuronas, y en nuestra vida intelectual, habita una buena cantidad de fraudes e imposturas. Eso, quizá, lo sabíamos. Pero ahora sabemos, porque lo ha mostrado Telecinco no hace mucho, que también el “mundo del corazón” funciona de una manera semejante. Menos mal que ahí aún quedan algunos criterios, y un modelo que es Isabel Preysler.

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