Diciembre 2001

Perfiles

blanca gago domínguez

bgago@experta.com

Juan Marsé

La literatura de Juan Marsé es, en apariencia, profundamente barcelonesa, pero este Premio Nacional de Narrativa ha llegado a sus lectores sin que estos hayan paseado nunca por el barrio del Carmelo, ni hayan encontrado un xarnego, ni tan siquiera sepan lo que es (mezcla de padres catalanes y castellanos, base social de la ciudad desde hace décadas). El localismo de Marsé, el retorno inevitable al lugar donde pasó su infancia y a la gente con la que creció, es un medio para explorar algo mucho más grande y universal. Los niños de Si te dicen que caí son niños de cualquier sitio donde haya miedo, pobreza, hambre. La amenaza diaria del enfrentamiento a la realidad acaba cediendo ante el universo onírico, las aventis (terrenos donde nadie es lo que parece, donde todos tienen un pasado secreto y donde la vida es sucia pero descaradamente atractiva, como Aurora, uno de los personajes más complejos y sugerentes del autor). Desde la perspectiva onírico-infantil, que Marsé utiliza en varias obras (Ronda del Guinardó, La oscura historia de mi prima Montse, El embrujo de Shangai), se aprovechan recursos narrativos que ya forman parte del estilo de Marsé, como la multiplicidad de perspectivas que al final se unen en un tono profundamente amoral: Marsé nunca se pone en contra de sus personajes, ni les coge cariño; ellos llegan por sí mismos al lector y éste los convierte, por su propia voz, en señorito de mierda o trepa miserable. La misma perspectiva permite también dejar los hechos en suspensión, mezclar lo que pudo pasar y lo que pudo haber pasado, o simplemente cotejar la realidad objetiva de cada personaje, con lo que se construye un cuadro sórdido y poético de la vida cotidiana.

Marsé fue un muchacho de barrio pobrísimo y años de postguerra, que se integró excepcionalmente en la generación burguesa de izquierdas de los años 50 y ha llegado a ser uno de los novelistas con más premios y más credibilidad del panorama literario en España. Él salió del Carmelo, pero sus personajes no lo hacen nunca si no es para encontrar la muerte. Los que lo intentan, fracasan, siempre acaban volviendo. Tal vez Marsé, en el fondo, tampoco ha salido, o tal vez ha preferido regresar porque la vida de los intelectuales de izquierdas es mucho más miserable que la de aquella gente con la que creció. Sus personajes, en todo caso, tienen vicios comunes que no contemplan la clase social: el más latente, el más dañino, es la capacidad de autorrepresión. La mentalidad franquista empapa de tal manera a todos ellos que ninguno puede dejar de tener una sexualidad sucia, un sentimiento de culpa que nunca acaba de expurgar, una inseguridad paralizante y violenta. Todos ellos responden fielmente al compromiso que el autor contrajo consigo mismo en el momento en que comenzó a escribir. Su primera novela, Encerrados con un solo juguete, Premio Biblioteca Breve 1961, algo vacilante, ya muestra el tono crítico, a veces inflexible, distante pero explícito, que narra hechos nada inocentes.

Desde entonces hasta Rabos de lagartija, Premio Nacional de Narrativa este año, Marsé ha trazado con paciencia y discreción una línea narrativa que no es fácil ignorar cuando se ha conocido un poco. Porque hay mucha ternura detrás de tanta decadencia, y porque todos tenemos la sensación de pertenecer a un lugar del que queremos huir, pero al que no podemos renunciar.

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