Diciembre 2001

Del interés del arte por el ruido

kepa murua

El silencio en su interior, cierra los ojos, frunce el ceño, abre sus puños, descuelga sus brazos hasta fundirse con la sombra alargada del cuerpo y deja que la claridad como un preámbulo tras la nada subsista por sus poros. Ha crecido, y su piel arrastra arrugas de una profunda belleza cargada de impurezas que ahora surgen como antojos de un pasado no tan remoto. El silencio lo condensa todo. El amor y la alegría por momentos, algo muy suyo, el vacío y el desamor junto con el recuerdo de los que hoy no están confundiéndose con el miedo a no tener nada, a no ser nadie. A no ver cumplidos sus sueños como artista y como hombre. Mira sus manos y en los rincones de su cerebro encuentra agua cuando tiene sed, aire cuando le cuesta respirar, un trozo de pan cuando el hambre, un lienzo en blanco a punto de convertirse en otra cosa. El artista busca en el mundo que sobrevive al silencio, pero una máquina taladra los sueños con el repentino martilleo de mil palabras sin ordenar que crecen con el aplauso de la gente. El ruido que apenas nos conmueve, vive con nosotros. El artista busca su imagen y semejanza en la aprobación de los otros y la historia sólo se explica en el estallido ensordecedor de los momentos que sucumben ante el silencio del artista. El ruido es una trampa como la mediocridad es una señal del hombre. Pero el arte no se entiende sin el artista que sucumbe ante el silencio en los gestos más nobles.

Ilustración: A. Lz. de Luzuriaga

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