Diciembre 2001

Emergentes

inés matute
Autodefinido

“Creo que el ascetismo religioso necesita de la crueldad corporal, de la mortificación física. La flagelación expiatoria, el remordimiento o la penitencia sólo adquieren su mayor grado de coherencia como causa del exceso. Son consecuencia de la trasgresión. Sólo la trasgresión de lo prohibido eleva al pecado a una forma superior de conocimiento. Eso es lo que une al Marqués de Sade con San Juan de la Cruz. El movimiento del amor llevado a su extremo es un movimiento de muerte”.
Bernardí Roig

“La muerte propia es, desde luego, inimaginable, y cuantas veces lo intentamos podemos observar que continuamos siendo en ello espectadores. En definitiva, nadie cree en su propia muerte, y consecuentemente, todos estamos convencidos de nuestra inmortalidad. Al hablar de la muerte, rebajamos su categoría de una necesidad a un simple azar”
Freud

Como en la literatura, buscamos en el arte una sustitución de esas dramáticas renuncias que se vinculan - ¿por conocimiento, por desconocimiento?- al ámbito de la muerte. En estos territorios tan inciertos encontramos sujetos ficticios que saben morir haciendo un despliegue de buen gusto y también asesinos ejemplares y heroicos. Del conflicto sentimental emergente tras la muerte de nuestros seres amados nació, según Freud, la psicología. Asociado a las distintas religiones, la acentuación del mandamiento “no matarás”, nos delata descendientes de una larga estirpe de asesinos que lleva el placer de matar, como quizás aún nosotros mismos, incorporado al ritmo de la sangre.

Prescindiendo de iconografías y contextos previos, pero reclamando la perversión y la domesticación de la muerte, los retratos y esculturas de Bernardí Roig, confrontando lo sagrado (la muerte y la cruz) con lo profano (lo obsceno, la vida) desplazan su desenlace al campo de las creencias. ¿Es toda la vida un camino hacia la muerte? ¿Existe un deseo mortal tal y como existe el impulso erótico? Todos los discursos sobre el cuerpo parecen viejos o trasnochados, acaso porque el cuerpo nunca es el mismo, como la propia muerte esgrime diversas máscaras. Relicario sagrado o morada del diablo, la carne es el límite hacia dentro y hacia fuera.

¿O quizás no?

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