Diciembre 2001

El Paso

josé marzo
La civilización como un arte

La mano del artista está movida por fuerzas que él no ha dispuesto y de las que no suele ser consciente.

Sabemos que en la producción cultural de una civilización intervienen factores como la economía y la organización social y política. También sabemos que la creación específica de un artista no es independiente de su formación ni de las contingencias de su biografía.

Sabemos todo esto y, sin embargo, el artista contemporáneo goza de un enorme prestigio social.

Hay un arte rutinario que nos conforta en la belleza aprendida y convencional, repetitiva, pero hay otro en el que irrumpen rasgos singulares e imprevistos que nos sorprenden e inquietan. Al primer tipo la sociedad actual le ha reservado el lugar de arte menor, y al segundo le asigna la categoría de original.

Podría escribirse un libro destinado a demostrar que a lo largo de la historia tiranos, reyes, políticos y hombres de negocios han destinado esfuerzos ingentes a someter estos elementos impredecibles o a ponerlos de su parte, unas veces mediante castigos y coacciones o la condena a la exclusión, otras mediante mecenazgos, premios y falsos halagos: el rey besa ante el pueblo los pies del pintor que lo retrata conforme a su dictado.

En pocos años, hemos pasado de reivindicar la figura del artista comprometido a sancionarlo. En algunos casos, su creación obedecía a consignas de grupo o a un plan previo que debía respetar. Por eso mismo, se había vuelto repetitivo y dejó de sorprender. En la actualidad, el artista no es más libre por haber roto su compromiso. Si durante un tiempo besó los pies del rey que le permitía retratarlo, ahora besa los pies de un rey nuevo por una paga y cinco segundos de gloria ante el pueblo. Pero también él ha dejado de inquietarnos, y sus muchas muecas no consiguen sorprendernos.

En cualquiera de los dos casos, asistimos a una subordinación de la creación y la inteligencia al poder, sea éste político o económico. Se diría que la cultura ha pasado de ser parte de la política a pertenecer a la economía, y que si se emancipa de la economía caerá de nuevo en las redes de la política.

¿Qué hacer?

Imaginemos otra cultura. No besemos los pies del rey ni permitamos que él bese los nuestros. Imaginemos, por un momento, que la cultura no es parte de la economía ni de la política, sino que éstas son parte de la cultura. Imaginemos que la economía y la política son disciplinas artísticas.

Pensemos la civilización como un arte.

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