Diciembre 2001

El Caballo de Troya

amado gómez ugarte
Los plumíferos

A algunos escritores de fama les ha dado por publicar sus diarios y memorias. La cosa, está claro, es puro egocentrismo. Estos tipos se creen un faro iluminando en la oscuridad y se empeñan en contarnos su vida como si fuera la luz que guía nuestro rumbo. La vida de los escritores sólo interesa muchos años después de que la hayan palmado, y eso si además de escribir tenían otras virtudes: eran borrachos, mujeriegos (ellas un poco casquivanas), dados a los escándalos, con alguna insana relación política o, al menos, alguna incurable enfermedad del alma. Pero, cuando se alcanza la cima de la egolatría y se piensa que uno es en vida personaje de sí mismo, el escritor se convierte en momia literaria. Umbral es buen ejemplo de ello. Muy dado a enjuiciar a los demás sin mirarse al espejo de su propia mediocridad. A Umbral, hace una temporada, la Audiencia de Barcelona le puso una multa de 900.000 pesetas por llamar "puta cubana" a Yolanda Pina, la viuda de Blas de Otero. Y es que Umbral vive endiosado en su ficticio cielo, y se sueña por encima del bien y del mal, sin comprender que, en realidad, no pasa de ser un mortal más, un "puto escritor", como tantos.

El mundillo literario siempre ha estado habitado por las intrigas y los juicios sumarísimos de unos escritores contra otros. Lope de Vega habló todo lo mal que pudo de Cervantes, del mismo modo que Voltaire se dedicó a machacar a Shakespeare, Virginia Woolf a James Joyce, y hasta el bueno de Nuñez de Arce se metió con las pobres golondrinas de Gustavo Adolfo Becker. Y las cosas no mejoran un pelo, porque cada nuevo libro de memorias de los escritores actuales no pasa de ser un nuevo manual de guerra contra algunos colegas. Gentes de las que podía no esperarse algo así, como el propio editor Mario Muchnik, que se publica en su propia editorial, el misticista Salvador Pániker o Luis Goytisolo, se dedican a sacudir a Juan Benet, Javier Marías o al mismísimo Gabriel García Márquez. Y es que deben pensar que si no le echan un poco de pimienta a las páginas difusas de sus vidas, poco tendrían interesante que contar.

Luego viene lo de los plagios. Algo menos frívolo y más serio que lo de la Quintana, que no es siquiera escritora sino negrera, resulta lo de Javier Marías, que acusa a Juan Manuel de Prada de haberle plagiado un artículo para su novela "La tempestad", con la que ganó el premio Planeta. ¿Todos los plagios huelen a Planeta? También el historiador cinematográfico Javier Coma asegura que el escritor Xabier Ripoll le copió párrafos enteros de una obra suya. Y así sucesivamente. Pronto se descubrirá que incluso el premio Novel Camilo José Cela anda plagiando por ahí, ¿o eso ya ocurrió?

Pero lo más tonto de todo fue la polémica suscitada por ver qué escritor poseía en España el dudoso honor de haber sido el primero en publicar su obra en Internet. Por cosa del marketing, quisieron colarle en la primera plaza a Arturo Pérez Reverte, pero salieron al paso Antonio Díaz y Pedro Maestre para reivindicar lo suyo. ¡Vaya panorama! ¿No sería mejor que alguno de estos plumíferos se dedicase a escribir por fin una buena novela?

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