nº 167 • Octubre 2015

Espacioluke

Fernando Garcia Cuencar

Poemas

En la casa de la infancia habitaba sin cesar, la poesía. Un universo cabía en cada grieta de los muros, hacíamos el mar en el patio al juntar las manos bajo la lluvia, y el sol al pegar en nuestros ojos cada día nuevos, nos develaba las maravillas de lo nimio

Y cuando arrullados mordimos pecho y palabra, el sabor del idioma se dejó venir con toda su carga de historia y música. Ardía el fuego de los vocablos que nos asombraron por primera vez… Tiene el poeta el deber de recuperar para todos los hombres ese lenguaje primitivo, escuchado y vivido en la casa de su infancia, y que vaga por ahí en las plazas y en las cocinas, en una vieja canción, en los cafés o en su cuarto. Palabra y sentimiento que cincelan, a veces sin saberlo, el espíritu hondo de su momento histórico, voces hondas en las que subyacen los rizomas del ser .

Le corresponde al poeta de este siglo, saturado de fibras ópticas y perseguido por los satélites que uniforman, bajar de nuevo a su soledad más dura, para seguir escarbando en las raíces del lenguaje, y en esta ganancia de conciencia, multiplicar el corazón de las palabras que alimentan el ser interior de todos los hombres. Ir enamorado detrás de la belleza, soñar con la hermosura de los elementos que se concuerdan, volver a descubrir que debajo de las cosas y los actos, habitan los vocablos que sueñan la hermandad verdadera del hombre nuevo que ha de venir. La poesía aguza la conciencia al descubrirnos este mundo, que no es más que todo lo que hemos soñado.

Atrapado como un pez entre las redes de la cibernáutica y las moneditas bursátiles, el poeta se resiste solitario y a la vez ciudadano del mundo, a ser etiquetado como un jabón, porque en su soledad, absorto en su sentimiento, el poeta como un orfebre que entreteje con cada palabra un pedazo de la vida, sueña la realidad con los ojos muy abiertos, y sabe que tiene la obligación de contarle al silencioso corazón de cada hombre, la absoluta maravilla de estar vivo aquí y ahora, en esta hermosa Tierra. Este es un antiguo rito que lo religa al universo y que lo demarca como un ser revolucionario: el poeta con las palabras aunadas en un ritmo y en una mágica proporción, es un creador, y el hombre al reconocerse en ellas, renace.

Pero son tristes también estos tiempos. Nunca hemos vivido sin hacer la guerra. La poesía tiene que alzar su bandera hecha de retazos de corazón en medio de la guerra, para marchar junto al pueblo y ser la voz que canta entre las cenizas. Ojala que los satélites, fruto del trabajo de la mente del hombre, no sólo repartan la degradación de las palabras y las imágenes puestas al servicio de la mentira de unos cuantos poderosos, sino que traigan la esperanza del amanecer tranquilo que aun no nos llega.

Paz, pan, más horas arrebatadas a la noria para vivir plenamente, y la esperanza de que algún día el hombre no será más el lobo del hombre.

Poemas

La primera vez

Octubre 24 del 80.
Un joven de quince años
y lleno de todas las soledades
acaparadas durante ese tiempo
decidió no saludar a su madre
en los nuevos soles,
ni repetirle a la maestra
el teorema de Pitágoras,
ni adorar al dios de yeso de cada ocho días,
ni sonreírle a su amigo mientras tomaban Coca-Cola.
Y ante todo no quiso esperar
el color gris-futuro de su cabello rojo,
ni quiso tampoco mirar por televisión
o en la trinchera la tercera guerra
del acabose.
Entonces, hizo el amor
con una soga, y,
como cuando era menos inocente,
le sacó la lengua
a todo lo que no le parecía.


Misántropo de lunes

Y yo que nací para el ensueño,
para contar la historia de mi sangre;
debo afilar los dientes de mis razones
para dar explicación del por qué existo.
Guardo mi corazón de todos los que mienten, pero
trabajo para los burros, les sonrío a las hienas;
y por votar por los tiranos y rozarme con sanguijuelas,
me he olvidado de inventar las estrellas,
para terminar el informe domeñado a un ciego con las uñas
muy largas.
Yo que sí tuve madre, a mí que sí me amaron.
Yo que me di y a mí que sí se me dieron,
uso máscaras para pisar el asfalto
y me cuido de los que me han visto por dentro.
Estoy sujeto al aire con alas de hojas, y debo usar reloj y mandar
a lavar la corbata.
Vivo conmovido por tanto canto de pájaro, y amanso la voz
cuando les hablo a los que se sientan en mi tiempo y su salario.
Yo que vivo triste por no haber navegado los trigales,
me como un pan amargo de sudor por dentro
y tengo tantos sinsabores como gentes en mi entorno.
Me duelen los lunes como a las putas,
los senos secos por la fiebre de los solitarios.
Yo que nací para el ensueño;
a mí que sí me amaron.


Verano de enero

Está dispuesta la mesa por si vuelves:
pez, vino y mazorcas, como nos gusta.
Tengo incienso y tabaco rubio y un poema
por si traes tu llanto,
¿sí le diste al mar mi razón de náufrago?
Tengo hartas mis viejas caracolas,
¿Me trajiste una sirena o una nube?
¿Amaste a una mujer como una ola?
No hay que decir adiós a los amigos,
en las noches te trae un auto imaginario
que abre sus puertas en mi almohada,
y ya no tengo a quien contarle que aún existo.
Siento que ya no reiré, ya no me embriago,
he ido a golpear tu puerta y he marcado tu número,
aunque hace mucho no vea luz en tu casa de exiliado.
Una nota: me encanta que tu mujer no pueda verme,
la amistad sin peligros es un cuenco roto.
No puedo sumarte a la lista de ausentes,
yo sigo dialogando con tu sombra.
De par en par
está mi corazón
que aún te abraza.


Atisbante

Ha venido el invierno
a granizarse en los huesos de mi padre.
Desde su hermoso cráneo en la ventana,
sus ojos claros ahuecan en un paisaje perdido
algún temblor de la infancia.
Cuando el viento eriza
la testa blanca,
la poltrona se aferra
a sus manos casi de nieve.
Falta poco
para apagar todas las cosas, Manuel, falta poco.


DEL POSIBLE ADIÓS

Bajo este cielo amurallado con tu nombre,
seguiré usando mi sombra para poseerte en silencio.
Sí,
un sí para cada rostro,
porque todos los rostros me son comunes
y todos los cuerpos de perforar son fáciles,
aunque apenas sea con un proyectil de ojos helados.
Yo pasé por tu rostro
y tú agitabas las manos;
caí entonces a la llama de cristal,
petrificado,
y volví solo,
con la misma tristeza de la primera noche del primer día
cuando en la esquina de tu calle cantaba un ángel
desalado,
con su lira de intestinos de ballena azul, y tú saliste
con un cañón de la última Independencia
y pediste prestado el hongo de Nagasaki
y desde entonces no volví a saber del canto del ángel;
porque ahora, a pesar del viejo que colecciona relojes y
almanaques
tú sigues desplumando ángeles blancos, azules y naranja
en la esquina de tu calle.
Vuelvo ahora
con una colección de vientos y de cielos moribundos,
pero te sabe dulce la condena
de ser impotente ante una guitarra.
Sigue,
sigue mutilando mariposas
y palomas de leche;
sigue cortando el hilo de las cometas invisibles
para que nunca lleguen a la estrella solitaria
donde llora un niño triste
acariciando la pata de su perro color de noche.
(Yo lo escucho sollozar a veces,
cuando un búho le hace toscamente el amor
al silencio).

Vuelve a la niña de vagina de arco iris
que de tanto pronunciarte ya conoce la sinfonía
de tu color morado.
Sonríe mucho,
como siempre,
y ríete más y sigue sonriendo,
porque yo te vi llorar cristales de hiel
sobre un río de piedras blancas.
Martíllate las manos
en vez de desnudarte el alma,
y si algún día no puedes
desplumar un ángel, no olvides
que siempre me reservo algunos cantos.
En fin,
vete al demonio
porque el olvido sigue siendo fuego
y porque yo amo el color
de las cenizas.


Página de brazos

para perder el instante y el sendero
fiero lebrel persigo el pozo interminable
de tu ternura
me pierdo en el sombrajo de tu sirco
gota de sangre
grabada sobre el blanco
pizarrón de mi noche.