nº 165 • Abril - Mayo 2015

Espacioluke

María Villar Portas

Poemas de "La velocidad del silencio"

UNA MUJER

Allí, al otro lado de la calle
hay una mujer desgarrada,
de silencios maltratada,
con costras de penuria en el alma
y un nudo de sollozos en la mirada.

Una ropa explotada,
demasiado ligera para enero,
apenas cubre una piel de intemperie
hecha harapos.

Duerme a ratos de hambre,
y sed, y dolor,
soñando, quizás,
un mundo de cielos
que la rescaten de su sima.

No llora, ni ríe,
manipulada, endurecida
por insondables torturas terrenales,
nada efímeras
en absoluto sutiles.

Te clava una pupila,
tan llena de necesidad,
que hasta el sol se avergüenza de su brillo
y se oculta entre nubes.

Ni toda la calidez de nuestro aliento
podría compensar
a esta flor
que en esa esquina
pide sólo migajas de atención.

Todo su día es noche
cuando comprende
que el minutero de la vida
se ha detenido en su locura callada.


ESE SILENCIO

Es ese silencio de piedra
el que custodia el viento,
y la lluvia,
guardián de los secretos del futuro.

Gustoso, se apodera de la noche,
adormilado en el lecho de un río,
presto para luchar, sin que se note,
y provocar olas de grandes espumas.

Fermentado por los siglos
en cafés de intelectuales proyectos,
de los que surgen bellezas poderosas,
enciende el pensamiento
y se supera naciendo eterno.

Habitante de conventos y mazmorras,
fisgonea entre columnas,
e inteligencias,
para vestirse de nosotros.

Y es ahí,
en medio de nuestra carne
cuando aparece en desorden,
brillando entre tanto ruido.
Se hace amigo
en la debilidad de nuestro mundo,
en el castigo del caos.

Nos ha buscado
para deslumbrar nuestros secretos,
y ayudarnos a comprender
la oscuridad de algunas horas.

No me molesta su luz,
ni el soplo de su viento sobre mí,
su abrazo sin palabras
es la única fuerza
que jamás se desgasta,
el único que espera paciente
en los lugares que nadie visita.

Sólo él permanece vivo
cuando todo se calla.