nº 165 • Abril - Mayo 2015

Espacioluke

Kerman Arzalluz

Producciones lentas presenta: Un poco de pasta basta.

El despertador ha debido de sonar hace ya un buen rato porque la pelirroja me saca de la tontera en un tris con un "¡menos cuarto!" bastante encendido.

Desde ese instante no hay marcha atrás. Me levanto rápido, me ducho lento –eso es sagrado–, me visto rápido y nos peleamos todos un poquito, como todos los días, por el uso del baño, por ese hamaiketako que de entrada nunca es bienvenido, por esa cazadora que obligamos a llevar aunque el día haya amanecido tibio –la chaquetica pa por si acaso es innegociable, no se puede luchar contra el genoma materno navarro–, por la sudadera una vez más perdida u olvidada en el patio…Se van sucediendo todas estas cosas….dimes y diretes matinales. Y las camas sin hacer.

El desayuno resulta accidentado: el sobao se resquebraja como un pedazo de iceberg y cae en la taza, poniéndome la camisa perdida y al dar un sorbo compruebo que el café está salado; la chavala tiene excursión y me pide que le prepare una tortilla; el chaval no hace caso a nada y se entretiene con los cromos de la liga…se va a liar.

En el despacho me meto con una donación y luego con una compraventa y un préstamo. Me faltan datos de la mercantil y no me han aportado justificantes de los pagos previos. Entre medio tengo que preparar un poder general para pleitos y un poder para vender unos terrenos en Ecuador, que me "colocan" un tras otro, por el artículo treinta y tres. La mañana se está haciendo larga y pesada y aún no ha terminado. A las dos menos cinco me pasan una llamada. Veintitrés minutos –lo veo en la pantalla–, una verdadera pesadilla. Un tipo que solicita presupuestos y me examina sobre tipos impositivos.

Tengo bastante jaleo para el día siguiente y decido no ir a comer a casa. Con lo que cargo yo las pilas con ese café y esa siestecita en casa…

Por la tarde remato en las dos primeras horas los asuntos del día siguiente y me paso a las pólizas. Toca labor administrativa. Preparar copias simples y facturar. ¡Producción en cadena!

Termina la jornada en el despacho y me dirijo a casa. Según abro la puerta me asalta el pequeño con una lista de vocabulary porque al día siguiente tiene dictation. Pero no llega a explicármelo del todo porque la mayor me reclama desde su habitación para que le ayude con un ejercicio de mate que no entiende. Mi chica es más cauta y espera su momento…luego me pillará en el sofá con su idazlana. Entre medio preparo la cena, nada del otro mundo, una tortilla de pavo y quesito para los babies y una de atún para nosotros.

El día va tocando a su fin. Estoy derrengado. El trabajo ha sido intenso, el tipo de la consulta telefónica demoledor, las gestiones para la preparación del préstamo insufribles, la facturación tediosa a más no poder. El sándwich del bar de abajo estaba revenido y el café extremadamente lechoso, algo que me saca de mis casillas, que pidas un cortado y te saquen un café con leche pequeño. Ha sido un ¡Jo, qué noche! (After Hours, Martin Scorsese, 1985) pero de día. No me explico cómo no he terminado con un bate de béisbol en la calle, a lo Michael Douglas en Un día de furia (Falling Down, Michael Schumacher, 1993).

Me desplomo en el sofá a las diez menos diez de la noche. Dispongo a mi gusto el yogur y un par de onzas chocolate sobre la mesita accesoria. Estiro las piernas sobre la mesa de centro. Enciendo el dvd y pongo en marcha la cinta que ya está dentro, siempre está dentro esa película, es como si ese dvd solo sirviera para ver esa película porque nunca sale de sus entrañas, son indisolubles, el dvd reproductor y el disco.

Voy comiendo el yogur, avanza la película, el día comienza a diluirse, asoma la sonrisa –es una película de sonrisas–, continúa la trama, alcanzo las galletas y el chocolate, el cansancio está ahí pero la tensión va desapareciendo como vapor de agua, y llega la escena, una tontada, un sketch irrelevante desde el punto de vista narrativo, una maravillosa ocurrencia…y la terapia cinematográfica vuelve a funcionar un día más, una noche más. Y me siento un poco tonto y un poco feliz, a partes iguales, y rebobino y no me canso de ver a Jack Lemmon escurriendo spaghetti con la raqueta (The apartment, Billy Wilder, 1960).