nº 164 • Marzo 2015

Espacioluke

Jesús Urceloy

Presentación de “Ven, abrázame” de Kepa Murua

–¿Eres Kepa Murua?
–Sí.
–¿Te puedo dar un abrazo?
–Sí.

eres kepa murua

© Fotografía: Librería Rafael Alberti (Madrid), 2015.
(En la presentación de "Ven, abrázame").


Desde tiempos inmemoriales se asocia el amor a la poesía. No hace falta que venga un Virgilio o un Aretino a situarnos sus límites, ni que tengamos que recurrir a Sade o a Safo para aplicar su sensibilidad a la palabra.. Es necesario pues el conocimiento del tacto, del gusto y del oído, así como de la vista para llegar al sentimiento áureo: el amor. Y luego está la poesía. Platón echa a patadas a los poetas de la academia no por vagos, borrachos, maleducados y lascivos, que sí, que también, sino porque poeta significa “el que sabe”, es decir el que ya versa y ya besa, quien no hace falta que se le enseñe nada de esos cinco saberes liberales.

Los antiguos sabían distinguir entre odio y amor. El primero te servía para vivir, el segundo, para existir. El primero puede hacerse sin vocación. El segundo sin ella es imposible. Kepa Murua se dedica en este libro a esa sutil diferencia.

El poeta, en su necesidad, en la perfección de su voz, puede dedicarse al noble estudio de las concepciones, los estratos y ramificaciones de la retórica, la dulce ambigüedad de las formas de pensamiento, la clara obscuridad de las métricas y las medidas. O no. También puede renunciar a ellas y dejarse asomar al cuerpo desnudo del arte, esperando esa nota lúbrica, ese advenimiento que puede comunicarse entre la nada y la nada. Sentir. Sentir. Sentir. Respirar lo sentido. Llorar lo que la piel respira. Renunciarse para alcanzarse. Algo parecido a una mística misteriosa que viene azotando el misterio de la poesía desde mucho antes que Juan de la Cruz quedase entre las azucenas olvidado.

Kepa profesa la elegancia y lo áureo. Ya desde la entrada nos lo advierte citando la máxima indiscutida del amor “Seré lo que quieres que sea”. Tened cuidado que lo que viene ni es cosa mundana ni arte para el redondeo. Se trata de la intimidad desgarrada de la rosa. Se trata de la verdad y sus nutrientes: se trata de amar desde el conocimiento. Y habrá quién niegue aún la pasión al saber, como si sólo se pudiera sentir desde el roce de la brisa en la piel o el tacto de un beso. Cernuda nos viene a gritar casi las mismas palabras en uno de sus poemas más celebrados: Si el hombre pudiera decir lo que ama.

El amor, el rechazo, la espera, la duda, el cocimiento, el taco: la música menos pitagórica y más exaltada rezuma en todas las partes de este libro. Un libro donde el poema, como un instrumento bien afinado, está pidiendo a gritos el pálpito de una voz, de una caricia. Kepa sabe manejar con destreza de orfebre los usos de la palabra próxima, de un lenguaje sin estereotipos destinados a la orfebrería y al mismo tiempo, como el niño que imagina la vida desde su rincón del recreo, sabe de los pulsos secretos, de los delicados instantes en que un acento dibuja la más intima de las sensibilidades.

Kepa es hombre gozoso en sus contradicciones, en ese cúmulo templado que supone golpe y contracción, brusquedad y elegancia. No puedo sustraerme a recitar alguno de sus versos:

Creo en las voces
que se suben a las palabras
y en el silencio que cierra tus ojos
cuando el riesgo no tiene dobleces
y te pierdes en medio del abandono.

Es este un libro amplio y generoso, casi un poema río que va dividiéndose en discretos riachuelos de manantial sereno donde las palabras se convierten en piezas musicales, en monemas para una voz sonora, poemas de sencillez fingida, pues no hay nada más difícil cuando hay que ponerse a las labo¬res de la escritura que la aparente humildad. Lo común es recargar, añadir, sobreponer. Y el poeta cumple lo que nuestro admirado Claudio Rodríguez escribió al principio de su “Don de la ebriedad” en un maravilloso verso, de una sinceridad casi insultante, y que todo poeta debiera tener presente en todo momento: siempre la claridad viene del cielo.

Paisajes, figuras, rostros, voluntades. Sin olvidar nunca que Kepa no es¬cribe sólo versos, los traza, los sesga, los mezcla, y ante todo los dice. Sabe, como los buenos amantes, colocar las sombras y los planos. Lo mismo que escribir. Y me pregunto... ¿Ama el que escribe?, ¿Escribe quien ama? El amante, el poeta... ¿No dibujan su sentimentalidad, no interpretan su cadencias en otro espacio? Y, en definitiva... ¿No hacemos al hablar, al mirar, al tocar, al gustar, al oler, al establecernos en el oficio de sentir, otra cosa que –según el plano- ponernos a favor de un aliento que vibra, que se escucha, que concibe un pensamiento. Kepa Murua ha escrito un libro, ha pintado una suite caleidoscópica, una vidriera orgánica intensa de sí, de su vida, de aquello que ha tenido la necesidad de expresar con la música impresa en el amor de la palabra.

Ninguna de estas palabras tiene validez sin la voz del poeta, sin el amor del poeta, sin la belleza, que dice Longfellow del poeta y su voz. El poeta –decía Pepe Hierro- es un ser incapaz de decirle a su amada al oído “te quiero”, y sin embargo, ante una multitud, ante el mundo todo, gritar “TE QUIERO”. Kepa nos está gritando. Ha sacado su palabra de casa y la expone ante el museo más hermoso y difícil. La vida.

Jesús Urceloy, Marzo de 2015