nº 166 • Verano 2015

Espacioluke

Alex Oviedo

Cámara oscura

La normalidad, ese concepto que nos arrastra y nos etiqueta cuando hacemos cosas que no se parecen a las que hacen (o esperan) los demás.

Qué requisitos planean sobre María de las Montañas —la protagonista de la primera película de Leticia Dolera como directora— y que definirían a una persona normal. Pues según ella tener trabajo, casa, pareja, vida social, aficiones y vida familiar. Con todos estos elementos unidos cualquiera que se precie debería ser feliz. Así que María se vuelca con fuerza en cumplir esos mínimos. El problema es que le han echado de su piso, no tiene pareja, se ha quedado sin trabajo, no tiene hobbies que destaquen y con su madre no se lleva precisamente bien. Pero entonces conoce a Borja, un joven regordete y pelirrojo que trabaja en Ikea, antítesis de lo que podría definirse como normalidad. Él se propone ayudarla a ser una persona “normal”; ella a quitarle esos kilos de más. Si ambas cosas fueran posibles.

Escrita por la propia Leticia Dolera, Requisitos para ser una persona normal se llevó cinco premios en el último Festival de Málaga —Mejor Guión Novel, Fotografía, Montaje, la Mención Especial del Jurado Joven y el Signis otorgado por la Asocición Católica Mundial para la Comunicación—. La complicidad entre los dos actores protagonistas —Dolera y un sorprendente y divertido Manuel Burque— transmiten frescura, guían la cinta por los cauces de un cine desenfadado, que incita a la sonrisa no sólo por lo sorprendente de la amistad entre María y Borja, sino también por el tratamiento visual de la misma: la utilización de recursos tipográficos, el color que ilumina toda la película, la sensación de optimismo que transmite incluso en los momentos de mayor tensión dramática.

La actriz catalana comentaba en una entrevista que su intención era contar una historia de amor y amistad, una historia con “unos valores muy positivos: aceptarte como eres, no intentar encajar en lo que los demás esperan de ti, sino en mirar hacia dentro y ser tú mismo”. Quizás por esa necesidad de buscar el lado amable de las relaciones, la película cojee en la existente entre María de las Montañas y su madre (Silvia Munt), de la que se podía haber sacado mucho más juego. Como si Dolera no quisiera ahondar en el lado más triste de la relación materno-filial, ni en la amistad que la madre mantiene con otro grupo de mujeres cansadas de todo (entre ellas Carmen Machi) y que buscan nuevas formas de sentirse realizadas. También pasa de puntillas por la relación de Borja con su abuela, de la que seguramente se podría haber sacado mucho más partido. Pero incluso con esas máculas o la sensación de que el guión te encamina según las reglas de cualquier comedia romántica, la película se disfruta con la emoción del que espera el happy end. Y al salir de la sala, sonríe.