nº 166 • Verano 2015

Espacioluke

Antonio Maura

La felicidad de estar perdidos

En ese perderse y encontrase, en ese vagar olvidándose de uno mismo, se encuentra "la felicidad de no entender nada"

Extraña palabra "felicidad", tan extraña como común, aunque parezca un contrasentido. La felicidad parece inalcanzable, o indefinible, pero se han escrito tratados y filosofías, cuyo objetivo no era otro que el de precisar este término, o explicar como llegar hasta ella. ¿Es la felicidad un horizonte? O más bien, como explica Kepa Murua en este libro, es "abandonarse […] a la deriva de los acontecimientos […] sin pensar en el futuro, ni en el pasado. Tan solo en el momento presente."

Para explicar la realidad en la que habitamos, y que nos habita, no es necesario recurrir a las más altas filosofías, que explican el Cosmos y al ser humano insertado en él como semilla o como imagen. Para explicar la realidad que nos habita, para dar cuenta de la felicidad a la que podemos aspirar, que nos envuelve como atmósfera, basta con acudir a las pequeñas cosas, a los hechos corrientes. Y eso es lo que nos explica Kepa Murua en este libro de título tan sencillo como significativo: La felicidad de estar perdido.

En él se nos cuenta que, a lo largo de la vida, se muere uno muchas veces, y que hasta nuestro cuerpo nos resulta ajeno, aunque luego nos descubrimos que no estamos muertos y que el cuerpo es la verdadera sombra que palpita a nuestro lado. Se nos dice, o musita, que nada es más bello que "unos labios que nos dicen palabras de amor con nuestro nombre" y que, finalmente, existen "sólo tú y el universo en los labios de la amada". Es un libro que habla del tiempo, no sólo de las muertes sucesivas y del volver a renacer una y otra vez, sino de los tiempos que se enlazan unos a otros como caminos en la floresta,


"aun siendo el mismo niño
que en el interior del tiempo
convive con el mismo hombre."

Es un libro que se refiere a las cosas sencillas en las que la poesía apenas ha reparado: la silla, la mesa, una cama, una manta, la ventana, un libro o un árbol en el jardín, en la ciudad, enmarcando el cielo. Cosas que cogemos con las manos y que no sabemos que están empapadas de felicidad, porque la felicidad es "ese madurar de la fruta del interior del corazón".

En ese perderse y encontrase, en ese vagar olvidándose de uno mismo, se encuentra "la felicidad de no entender nada". Y en ello siento que la vieja sabiduría china, la de los eremitas del taoísmo, de los anacoretas, está aún latente. Hace falta perderse para poderse encontrar, hace falta morir para renacer nuevamente, hace falta besar para que el universo nos bese con la totalidad de sus labios, "hay que abandonarse como un corcho en el agua", dice así de fácil, así de complejo, Kepa Murua.

No son sólo los viejos taoístas los que nos hablan a través de las palabras de estos poemas, con su sabiduría milenaria, que se confunde con el agua de un río, de una torrentera de aguas siempre renovadas, impetuosas o plácidas, distantes y próximas. Son también palabras que alientan vida, es decir felicidad, que enumeran las cosas y los hechos cotidianos, es decir, los objetos de la felicidad, que cantan al amor y al desamor, es decir, el aroma de la felicidad. Y es que la felicidad no es algo ajeno, ni sólo objeto de una o muchas filosofías, es también lo más cercano, lo más corriente, lo que se mezcla con nuestro soplo cada vez que respiramos: "es sentir la mirada en medio de la nada", explica Murua.

Siento también en estos versos el eco de la voz de aquel antiguo poeta, tan viejo como el Mundo, de barba blanca, caudalosa como una cascada, que tuvo la audacia de cantarse a sí mismo para cantar el universo. Sí, también están en estos versos, como agua burbujeante de espuma, el aliento del viejo bardo Walt Withman, que defendía que enumerar era semejante a cantar y que hoy, como la oración interior, íntima, de un budista, vuelve a nosotros en la voz de Kepa Murua.

He leído este libro no como una colección de poesías, sino como un único poema, aunque también pueda hacerse como una suma de composiciones poéticas. Es un libro, un discurso poético, donde la palabra felicidad –¡qué difícil es iniciar cada nuevo impulso de voz con esa palabra: "felicidad"!– abre cada vez un nuevo recodo en el curso de este poema hecho de días y de horas, como la vida.

Kepa Murua ha escrito más de una veintena de libros entre poemarios, ensayos, narraciones y canciones. Recuerdo Contradicciones, libro de pensamientos y sensaciones, auténtico cuaderno de ruta por la existencia, Ven, abrázame, poemario del amor y el desamor de enorme sinceridad y belleza, o el hermosísimo Poemas del caminante, con ilustraciones de Alfredo Fermín Cemillán, libros en los que emerge la voz lírica de un poeta auténtico –en verso y en prosa–, de una voz inconfundible, sencilla y honda. Kepa Murua ha sido también editor –la editorial Bassarai desde 1996 y la revista Luke desde 2000–, pero sobre todo poeta. Es un hombre que deambula por el mundo con la única arma de sus palabras, que ha sido traducido a numerosas lenguas y conoce la voz precisa que nos reconcilia con la vida: un hombre que, "felizmente perdido", ha sabido y sabe estar junto a nosotros.