nº 163 • Febrero 2015

Espacioluke

Kerman Arzalluz

Producciones lentas presenta: Glamour.

a cada estrella del celuloide se le presupone glamour pero no todas lo gestionan de la misma manera ...

Define la Real Academia de la Lengua española la palabra glamour como “encanto sensual que fascina”.

El personaje glamuroso no es necesariamente sexy, pero siempre resulta atractivo porque irradia luz y resulta magnético.

La edición número 62 del Festival de Cine Internacional de San Sebastian dejó una buena cantidad de estrellas glamurosas (Jessica Chastain, Omar Sy, Benicio del Toro, John Malkovich) y un par de glamurosos estrellados (Nastassja Kinski, Denzel Washington).

La nívea actriz de La noche más oscura lució su melena pelirroja aquí y allá y estuvo, según dicen, simpática y entregada a la causa, atendiendo con profesionalidad a los requerimientos de público y prensa. Omar Sy se divirtió y divirtió. El coprotagonista de Intocable estuvo cercano y extrovertido y posó bajo una pancarta con mensajes directos -"Katxarro", "Mutil earra"- que sus fans llevaron hasta la alfombra roja, encandiladas por su metro noventa requetebién plantado. Benicio del Toro fue un invitado cordial y correcto. Ejerció de Premio Donostia sobrio y tranquilo, y no escatimó en explicaciones sobre el “Che” que le trajo al Zinemaldi. Su rostro de resacoso impenitente nos gusta por diferente. Y John Malkovich, propietario de otro de esos rostros “únicos” –en este caso mezcla de pillo, despistado, vicioso, listo y tonto a la vez, raro y muchas más cosas– nos gusta porque siempre será el Vizconde de Valmont –glamuroso, sexy y atractivo a la vez– y se le perdona todo.

En cuanto a los estrellados: Nastassja Kinski se sabe icono de la voluptuosidad pero ya no resulta creíble su juego de seducción, lleno de poses timoratas y ladeos de melena. La actriz de Tess y Paris, Texas no atrae ... como antes y resulta afectada. Denzel Washington destacó por sus declaraciones, a saber: “No hablo español pero en mi corazón soy español”, “Desde el fondo de mi corazón, es conmovedor la pasión que he sentido en esta ciudad”, “En poco más de 24 horas, he visto a mucha gente riendo, llorando...”. Incontinencia y paroxismo a partes iguales. No me lo compro. Le faltó –o sobró– Un día de entrenamiento.

En definitiva, a cada estrella del celuloide se le presupone glamour pero no todas lo gestionan de la misma manera y los casos expuestos son un buen ejemplo: sencillez y buena disposición, contacto y entrega, amabilidad, extravagancia simpática, excesos anacrónicos y sublimaciones infumables.

Y en este punto me acuerdo de un grande, Robert De Niro, que recibió el segundo Premio Donostia de la 48.ª edición del Festival. El protagonista de Toro salvaje, El cabo del miedo o Los intocables de Elliot Ness salió al escenario, recogió el galardón, sonrió, recibió los aplausos encendidos de un público entregado y se marchó. No dijo ni pío. Pienso que el actor de Tribeca barruntaría algo así como “para qué abrir la boca, por qué recurrir a los lugares comunes, a las palabras masticadas un millón de veces, si soy actor, si soy de lo que no hay, si soy tan bueno y tengo tantos registros que en diez segundos sobre el escenario puedo mostrar todo el agradecimiento y afecto transmisibles del mundo”. Otra variante de glamour, la del que es tan grande en lo suyo que decide lo que es y no es glamour y obra según su propio eje de coordenadas. Solo superable por un glamour mítico, místico, imposible, que dejamos para la próxima entrega.