Noviembre - Diciembre 2014

nº 161

Bolas de papel de plata

Luke
bolas de papel de plata
Los escenarios de la realidad producen en ocasiones la experiencia del extrañamiento, cuando las cosas apenas tienen significado y cobran un punto onírico. En otras ocasiones la realidad nos presenta una imagen nítida y los habitantes de esa realidad se vuelven nuestros confidentes y nos revelan sus secretos y parecen pedirnos perdón, absolución, amor.
Bolas de papel de plata (Arte Activo Ediciones, Vitoria-Gasteiz, 2014) es el nuevo libro de narrativa breve que la escritora Ángela Mallén presentó el 25 de septiembre en el Museo de Bellas Artes de Vitoria.
Acompañaron a la autora el escritor y editor Roberto Lastre, el profesor y poeta Juan L. de la Cruz y el pintor José Velázquez de Castro

angela mallen

Ángela Mallén es, en verdad, generosa. A mí, siempre, después de aprender con ella, leyéndola, me queda en la palma una canica de papel de plata plena de sabiduría. Una arruga de papel plateado que, desplegado como un pequeño mapa, encierra el mínimo tesoro de una pregunta o de una metáfora o de un cuento.

Ángela Mallén es generosa para alimentar a sus lectores. En su último libro se ha trocado en lluvia. Se ha llovido en una miríada de bolas de papel de plata preñadas de verdades, de trolas, de fábulas, de hipérboles, de fantasías, de hipótesis, de quimeras, de cielos.

En una de esas bolas, de tamaño monumental, hay baratijas y figuritas de ébano y huevos de diplodocus etíopes y enormes ojos de niños negros hambrientos por culpa de la ceguera y la injusticia y la ambición. En otra de esas bolas hay la mirada a un mendigo, esquiva, rápida y breve como un picotazo de gallina. En otra de esas bolas hay una estación ferroviaria en la que el viajero encontrará la mirada abstraída de un jubilado miratrenes. En otra de esas bolas hay una historia sencilla y triste, una lágrima para un humilde pañuelo de papel. En otra de esas bolas hay una baronesa rampante que ahora vive de acogida en un roble del bosque. En otra de esas bolas hay habitantes de las bombillas a quienes les interesan las incandescentes con filamentos de tungsteno, las reflectoras, las halógenas con hilos de wolframio y las más modernas que dan a todas horas luz de luna. En otra de esas bolas hay el día número doscientos treinta y uno del año; un día de color azul muy intenso, como si se hubiera caído del mar. En otra de las bolas hay la flor Delphiannaeque, en función de la finura de la arena, el horario de las mareas o el grandor de la luna, crece rozando apenas las aguas. En otra de las bolas hay, esquelético y deprimido, un magnolio o un abedul, tan enclenque que nadie va a olerlo, nadie le echa su aliento, ni su lágrima, ni su papel de chicle, ni su parrafada, ni su pis. En otra de esas bolas hay una suave angustia fría y exótica, como un helado de aguacate y maracuyá. En otra de esas bolas hay una extraña virgen gótica dibujada con el tiralíneas de Modigliani. En otra de esas bolas hay una mariposa azul que me creció entre el corazón y el esófago. En otra de esas bolas hay un hogar donde no se hacen los sueños realidad, sino donde los sueños se hacen realistas. En otra de esas bolas hay los ojos televidentes de dios. En otra de esas bolas hay un cielo que huele a colonia y una vida eterna sencilla, donde moran Manolita la Latonera, el Tato Melindres, Pepa Pollo, Juan Porras, Manolo Pan, Pecho León, Lucecilla y Patrocinio Sin Gusto. En otra de esas bolas hay un escritor que respira por las fosas verbales, que transforma las palabras en abono psíquico. En otra de esas bolas hay la raza preuniversitaria característica de las zonas ribereñas urbanas, muy apreciada como alimento de las multinacionales. En otra de esas bolas hay un dios chapucero. En otra de esas bolas hay un nombre, ni mío ni de nadie, que presto a quien me llama. En otra de esas bolas hay un salir corriendo juntos hasta el arroyo, cruzar la majada, mirar los cerros, el collado con margaritas y genista, la sombra de una chopera. En otra de esas bolas hay la tierra en carne viva, sin su piel de hierba, parecida a un animal desollado. En otra de esas bolas hay nubes que levitan detenidas como esculturas de merengue glasé...

Ángela Mallén es, pues, en verdad, generosa. En este libro de plata y de fragmentos y de raudales, en este libro sapiencial y lirio, cenital y jondo, viene a mostrarme los entresijos de su mansa benignidad. Ángela Mallén, la reina Midas, nació emigrante, en busca de Ítaca. Sabe, como Kavafis, que viajar es buscar. Que vivir es viajar. Que viajar es escribirlo.

Fragmento del texto de Juan L. de la Cruz,
leído en la presentación de Bolas de papel de plata

La autora ante su obra

Bolas de Papel de Plata es un libro de narrativa breve, o quizá podría decir intuitiva. Son pequeños cuentos que proceden de pequeños impactos sobre la percepción y sobre la emoción. El mundo es a veces bobo y de colores; otras veces profundo y oscuro; otras, trasparente y naiv. A veces la memoria despierta con su inmenso ojo azul. A veces la ciudad es un cuadro impresionista o puntillista. El formato cuento breve es adecuado para reproducir este cliqueo y parloteo de la realidad. Como si el tweet pudiera tener una página o dos.

Los escenarios de la realidad producen en ocasiones la experiencia del extrañamiento, cuando las cosas apenas tienen significado y cobran un punto onírico. En otras ocasiones la realidad nos presenta una imagen nítida y los habitantes de esa realidad se vuelven nuestros confidentes y nos revelan sus secretos y parecen pedirnos perdón, absolución, amor.

Muchos de los relatos de este libro suceden en un vehículo. Me interesan los vehículos, esas máquinas que fabrican un tiempo entre espacios y que sirven para cambiar los universos. También me interesan las ciudades, las urbes. Esas colmenas, pajareras, granjas de individuos extraños.

En Bolas de Papel de Plata hay cuentos que tienen que ver con las temperaturas, como si fueran producto de la destilación, el deshielo, la combustión. Hay cuentos escritos a ras del suelo, a pie de calle; otros son un vuelo rasante, como la conciencia flotante que no se posa del todo sobre el suelo. Hay cuentos acerca de la ciudad, ese mecano memorioso. Acerca del ruido ambiente. Sobre las miradas que se cruzan.

Ángela Mallén