Noviembre - Diciembre 2014

nº 161

Jardín poético

Claudia Capel
UFO

La historia del jardín en la poesía es milenaria. Los persas inspiraron sus versos en la espiritualidad de las flores como estos de Shakir Wa’el en su Visita a Granada: “La temperatura del alma / llega aquí a igualar la de las flores”.

Omar Jayyam, el de la rueda de los cielos y la rosa, escribió: “Sus pétalos al caer/sobre ti, te irán diciendo: «Como tú, vamos volviendo/hacia donde fue el nacer».”

Los poetas del Al-Andalus cultivaron la lírica sensual del jardín: “Yo enamoro a este jardín donde la margarita es la sonrisa; el mirto, los bucles y la violeta, el lunar” de Ibn Jafaya de Alcira conocido como El Jardinero. Ibn Abd al-Rabbihi, nacido en Córdoba, también vio en los pétalos de la margarita los dientes del amor: “En el jardín hay imágenes tuyas; por su causa/se conmueven mis ojos y mi corazón apasionado./La rama es tu talle; las flores, la túnica;/la rosa es tu mejilla y las margaritas, tu boca”.

El jardín simboliza un instante de la naturaleza que la poesía convierte en emoción personal. Los haijin peregrinaban por montes y ríos japoneses solo para percibir el instante de una luciérnaga o del cerezo y anotarlo en un haiku. Kobayashi Issa escribió: “De no estar tú / demasiado enorme / sería el bosque”. Matsuo Bashô en sus haibun o diarios poéticos de viaje, anotaba instantes en sus haiku: “Jardín de invierno. /Hila la luna el canto/de los insectos” y siglos después, Akiko Yosano continúa la poesía del frío en este tanka: “mis torpes dedos / disolviendo el pigmento /desconcertados…/ noche fría / sobre las flores de magnolia”.

Borges contó en El jardín de senderos que se bifurcan el jardín de Ts’ui Pên quien diría una vez: “Me retiro a escribir un libro”. Y otra: “Me retiro a construir un laberinto”. Todos imaginaron dos obras. Nadie pensó que libro y laberinto eran un solo objeto.

Antonio Machado dedicó a Juan Ramón Jiménez un poema que dice: “El poeta es un jardinero. En sus jardines / corre sutil la brisa / con livianos acordes de violines, / llanto de ruiseñores…/. Y Juan Ramón simbolizó en la flor el oficio del poema: “¡no le toques ya más / que así es la rosa!”.

Las flores profundas de Miguel Hernández a su hijo: "EI sol, la rosa y el niño /flores de un día nacieron./…/ "Entre las flores te fuiste. / Entre las flores me quedo". Las azules campanillas que Bécquer suspiró en el pequeño jardín de un balcón.

El jardín onírico de Rubén Darío: “El dueño fui de mi jardín de sueño / lleno de rosas y de cisnes vagos”. El aire puro de Guillén: “Todo en el aire es pájaro”. Las hojas y pétalos de Lorca: “Los árboles / tejen el viento / y las rosas lo tiñen / de perfume”. El sol cuando pasa por El jardín de los cinco árboles de Salvador Espriú: “Brevísimo amarillo, de puesta, /en invierno, en tanto caían / los últimos dedos del agua.

Los sueños silvestres de Rosalía de Castro: “Dicen que no hablan las plantas, ni las fuentes, ni los pájaros. /Ni el onda con sus rumores, ni con su brillo los astros. / Lo dicen, pero no es cierto, pues siempre cuando yo paso, /De mí murmuran y exclaman: / Ahí va la loca soñando.” La tinta verde de Octavio Paz: “La tinta verde crea jardines, selvas, prados, /follajes donde cantan las letras, /palabras que son árboles, / frases que son verdes constelaciones.”

Cortázar escribió el pensamiento de las flores, qué piensan las flores de nuestra intemperie: “Un cronopio encuentra una flor solitaria en medio de los campos. Primero la va a arrancar, pero piensa que es una crueldad inùtil y se pone de rodillas a su lado y juega alegremente con la flor, a saber: le acaricia los pétalos, la sopla para que baile,zumba como una abeja, huele su perfume y finalmente se acuesta debajo de la flor y se duerme envuelto en una gran paz. La flor piensa: “es como una flor”

La poesía en su jardín, ese tiempo que cada uno elige cuándo sucede y cómo se llama. “Si ignoras el nombre de las cosas, desaparece también lo que sabes de ellas” dijo Carlos Linneo, botánico que, quizás, era poeta.