Mayo 2014

nº 157

La velocidad del silencio

María Villar Portas
ocozol
Imagen: © ardiluzu

VAPOR SOLITARIO

Son estas nubes,
que han venido
a estrellarse en mis ventanas,
las que me han dicho
que tendré tiempo
de remover mi vida
en una taza de café.

Podré levantar preguntas
desde el silencio
que envuelve cada minuto,
allá donde nacen
instantes en las pupilas,
y lamer los relámpagos de su magia.

Saborear, quizás,
cada rincón de un segundero visionario
que trascienda mis indecisiones,
a la vez que molesto esa mirada fija
que la voz quiere clavar en las paredes.

Y no.
No es que me retuerza,
vaga,
en la ilusión de una noche
a la luz del humo de tu sonrisa
mientras piensas en esparcir tu perfume
y yo vuelvo del revés
la completa extensión del crepúsculo.

No.
Ese vapor solitario sabe bien
que disfruto observando
esos tejidos asomados a un atardecer,
antes de dormirme en este suelo de nadie,
donde, lenta,
me despojo de luces y carne,
mucho antes de transformarme en mar,
en espuma elevada del abismo
para cernirme
sobre la grandeza de un grano de arena.

Imposible saber
si constituyo el asunto de una sonrisa
o si sólo envejezco.

LO ESPERADO

A veces me pregunto
por las cualidades
de este acontecimiento monótono
que me conduce
por las horas más recientes de un reloj,
y me hace sentarme
para admirar la última tarde.

Se diría
que esto no es más
que el preludio de otros significados,
de otras tardes,
deslizándose de igual manera,
entre conversaciones atenuadas
por un aire extasiado
que se detiene repentino.

Me reconozco en voces desconocidas,
esas que viven en historias ajenas
y dominan lo cotidiano,
sin alzarse jamás,
extrañas
en jardines que no entienden,
pero presentes siempre,
en todas las respiraciones.

Se contiene su silencio
en todo lo que toca y observa,
al tiempo que me comprendo,
segura,
en la insistencia del sentimiento
que me anega, y me lleva,
a romper todos los fines esperados.