Mayo 2014

nº 157

La luz de las palabras

Mari Carmen Moreno (texto)
Juan Frechina (fotografía)
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Vuestros ojos se llenan de presagios cuando lanzan la red. Que no observen vuestra desnudez, no significa que ellos no os vean ...

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Toca el ring que señala el final de la clase. Rompes el cascarón y ves cómo les llama la naturaleza salvaje, cómo ese cuerpo –que habías esterilizado durante las lecciones– se encabrita y se dispone a la estampida. Es el momento de conectar los hilos a esa algarabía frenética que desentierra los abalorios de la risa e inunda el delta de la calle. Sus miradas bisbisean, después se giran, para calibrar la magnitud de las heridas que han abandonado en las taquillas.

Antes de fletar el bote salvavidas, deshielas el iceberg de su inocencia. Por extraño que te parezca el método infalible para cortar de cuajo sus imperfecciones no lo hallaras en ese feo puño de hierro que te has dejado sobre la mesa.


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Aún no sois uno de ellos. Todavía vuestro espíritu es joven, todavía os son permitidos los devocionarios, aún escucháis el canto de la cigarra en la puerta de vuestra casa.

Todavía sois como esas piedras, cuyos cantos han de pulirse, antes de situaros en la misma celdilla que a los otros.

Vuestros ojos se llenan de presagios cuando lanzan la red. Que no observen vuestra desnudez, no significa que ellos no os vean.  


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Engrasáis las poleas del espíritu. Que las balas de los sueños, al salir disparadas, se han extraviado, no es necesario que nadie –ni siquiera el Temible Burlón– os lo diga. No hace falta que os expongáis a la buenaventura.

Cuando sangre el espejo, en el que ahora estáis atrapados, se liberara el Cisne Negro.