Marzo 2014

nº 155

Cámara oscura

Alex Oviedo
her
en Her no nos resulta extraño entender que un hombre solitario, que trabaja en una empresa que escribe cartas de amor para quienes no saben expresarlo, pueda acabar manteniendo una relación sentimental con un sistema operativo de nombre sugerente (Samantha) ...

Un regusto a inquietud le queda al espectador de Her, la última joya minimalista de Spike Jonze (Being John Malkovich, Adaptation, Donde viven los monstruos). Y seguramente le surgirán las dudas al salir de la sala: ¿se debe a la producción colorista de este bicho raro del cine americano, a la sensación de que el argumento está más cercano a la realidad de lo que podría parecer o a la inconmensurable atracción que ejercen Joaquin Phoenix y Scarlett Johansson, imagen y voz en esta cinta sobre un futuro no tan lejano? Porque como en aquellas novelas de Julio Verne, en las que uno acababa aceptando lo inverosímil como real, o en la visión pesimista de las sociedades humanas que planteaba George Orwell en 1984, en Her no nos resulta extraño entender que un hombre solitario, que trabaja en una empresa que escribe cartas de amor para quienes no saben expresarlo, pueda acabar manteniendo una relación sentimental con un sistema operativo de nombre sugerente (Samantha), de voz tan sensual como atrayente para quien está necesitado de comprensión, de la cercanía que no es capaz de ofrecer a otros. Y uno percibe que en una sociedad en la que la comunicación personal está siendo sustituida —e interrumpida— por miles de whatsapps, por Facebook o por la información sesgada que te ofrece las redes sociales, en la que los éxitos y fracasos se cuelgan para que sean valorados por otros a miles de kilómetros de distancia, y en la que el cara a cara ha sido sustituido por la pantalla de un ordenador, un móvil o una tableta, no es inconcebible que alguien pueda mostrar y decir con normalidad que mantiene una relación íntima con un sistema operativo. Pero lo inquietante, decía, es que al igual que HAL en 2001: Una odisea del espacio, asumamos como real que la máquina acabe tomando el control de nuestras vidas. Y que en el caso de Her decidamos dejarnos llevar por la mentira de una relación virtual, que prefiramos creer en ella para escapar de esa soledad que nos alimenta. Incluso aunque sea precisamente la soledad lo único que nos quede al final. O quizás, en un giro nostálgico de Jonze, la certeza de que podremos contar con otro ser humano en el que volcar nuestras lágrimas.