Junio-Julio 2014

nº 158

La velocidad del silencio

María Villar Portas
puerta
Imagen: © ardiluzu

CONCIENCIA

Entre este vacío
se enciende una mañana
de curvas marchitas
que temprano envuelve
su olor solitario
en ráfagas de sol.

No creo que reanude su conciencia
a lo largo de la calle,
en penumbra aún,
ni que sofoque sus malos humores
al son de la brisa marítima.

Se llevará sus pasos
por esa orilla pisoteada de los horarios,
aquellos que regresan cada día,
y se verá, a sí misma,
adormilada,
al borde de la tarde,
extendida a través del mundo,
sufriendo plácida su ocaso,
mientras la fantasía de su primera luz
se enrosca en cualquier lámpara.

Es entonces
que la noche se convencerá de su silencio.

FRACTURA

Agua espesa soy,
esperando llegue ese momento,
en que la noche viste su fractura,
para llevarse de mi contorno
el incierto silencio de mis labios,
y le sobren humedades al instante
que palidezca en su papel de amor.

Quizás, entonces, pueda atreverme:
a recordar el susurro de tu nombre,
horadando la brisa que ha dejado,
alejado de mí por esos caminos;
o el día en que fugitivo
corría feliz el sol a mi lado,
mucho antes de amanecer el invierno.

A veces caigo de mí misma,
sólo para levantarme,
de nuevo,
y sacudirme la inexistencia,
pasajera en propia piel,
construida en páginas
que ahuyentan mi infinitud.


que resulto lóbrega
incluso para el aire de los bosques
que buscan un milagro de estrellas,
mas en mi pupila existe un rayo
capaz de apagar esas visiones
sobre las ruinas del desastre.

Llena de nada
me atrapa el tiempo entre las aves,
reinas del amanecer,
mientras permanezco así,
narcotizada de crepúsculos,
inmóvil en aquel horizonte
que se dibuja entre las sombras.

Así soy.

Así estoy.

Habitada por un alma
estacionada en medio de un desierto,
gota coagulada en la palma de un pétalo,
en tanto reniego de la lágrima
que pugna por abrazarme ...