Abril 2014

nº 156

La velocidad del silencio

María Villar Portas
arboles
Imagen: © ardiluzu

DESORDEN DE NORMAS

Atesoro en los ojos
un sabor de primavera
que se abre paso entre añoranzas
y, a tientas,
teje sus hilos para la ocasión.

Ha dejado
un silencio en desorden
posado en estas pestañas
que ascienden con el sol extraviado,
y ha tirado aquel hielo
instalado en la piel de los segundos.

No es necesario
mirar hacia afuera,
allá donde todas las vísperas
emergen los naufragios primeros,
para dejar caer
diamantes de rocío sobre la hierba.

Hace mucho que la voz
se ha quedado tendida en la garganta
infringiendo la norma de la luz
y hasta la tierra
se ha arrancado de su lado
para dejar abierto
su tiempo hacia mí.


MI PULSO

Nunca quise memorizar
la derrota de un insulto,
ni la tortura de una negación;
son sólo piedras
que se atragantan
en el camino de ser.

Prefiero contener el silencio,
a pesar de la erosión
marcada en sus márgenes,
y que sea él
quien descifre el puzzle
de las agujas imparables.

Sé que me hago piedra,
a veces,
en ese pozo al que caigo
con voluntad propia
para no verme la voz,
que ni siquiera conozco mía,
y vibrar en el eco
del genuino descenso,
con la certidumbre,
de no ser jamás única.

Me contengo,
tanto en la tortura tatuada,
como en el dolor perdido en el trayecto.

Hablo,
y mi sonido se entierra hueco
en el oído del instante.
Mi lengua ha mutado
en respiración agitada,
y ya sólo vivo
con el peso del sueño sin medida,
olvidada la realidad
de la sangre que me transita,
sin otro horizonte,
que la huella ciega,
avanzando sobre mi mar,
el mismo,
que el aire ilumina
en la palma de la arena,
y el cielo nombra
con avidez rugosa.

En ocasiones,
soy capaz de imaginarme cantando
en el fondo de un aliento,
que tañe sus notas
en la tensión de las palabras
mientras un cielo de abril
se abre paso en mi pulso.