Abril 2014

nº 156

Cámara oscura

Alex Oviedo
hotel_budapest
Porque quien espere una gota de seriedad en esta creación disparatada saldrá de la proyección aturdido. Pero quien se deje seducir por los planos cenitales y los efectos especiales tan rudimentarios como jocosos (habituales en el cine de Anderson), por el color, la construcción de cada plano (como si de un cuadro se tratase o una muestra moderna de pictoralismo), el desparpajo, las huidas, las sorprendentes miradas a la cámara o la investigación de Cluedo, quedará enganchado para siempre ...

Aviso a navegantes: El Gran Hotel Budapest, la nueva película de Wes Anderson, no es una cinta para cualquier tipo de público. No esperen ver en ella una de esas obras corales repletas de gags, aunque los haya (gags y actores de la talla de Ralph Fiennes, Bill Murray, Edward Norton, Tilda Switon, Jude Law, Jeff Goldblum, Willem Dafoe, Adrian Brody, Harvey Keitel y un largo etcétera); ni una historia con un sinfín de matices, aunque los tenga. Piensen en ella como una película en la que se ha juntado ese plantel de actores para divertirse, para disfrazarse como en un carnaval y dar lo mejor de sí mismos, ridiculizándose en ocasiones hasta el extremo, surgiendo de improviso en pequeños papeles, a veces casi un cameo, para acompañar a este peculiar director en una historia divertida, colorista, irreverente, surrealista, a ratos como el boceto de un magnífico cómic o como el truco de magia de una mago con una chistera. Porque quien espere una gota de seriedad en esta creación disparatada saldrá de la proyección aturdido. Pero quien se deje seducir por los planos cenitales y los efectos especiales tan rudimentarios como jocosos (habituales en el cine de Anderson), por el color, la construcción de cada plano (como si de un cuadro se tratase o una muestra moderna de pictoralismo), el desparpajo, las huidas, las sorprendentes miradas a la cámara o la investigación de Cluedo, quedará enganchado para siempre, como ya lo hiciéramos con su anterior Moonrise Kingdom, otra muestra de hasta qué punto un director puede marcar la pauta de lo que nos quiere enseñar. El Gran Hotel Budapest cuenta el auge y la caída de un gran centro hotelero de alta montaña de la mano del conserje y su aprendiz, en un momento en el que se está gestando las que serán las dos grandes guerras mundiales. Pero no es sólo eso: hay una historia de amor, otra de crímenes y robos, una más de amistad profunda, con multitud de referencias al cine de prisiones (desde La fuga de Alcatraz a Prision Break), al de Tarantino en Malditos Bastardos, al de los mejores Hermanos Marx... como si Anderson quisiese que a salir del cine una sonrisa se nos quedara grabada para siempre en la cara. Lo que, a día de hoy, es todo un éxito.