ISSN: 1578-8644

LUKE nº 151 - Septiembre 2013



Cámara oscura

Alex Oviedo

El cine como actividad social ha quedado anclado en otra época y se revuelve en su propia paradoja: destinado a los más jóvenes pero visto por personas nacidas el siglo pasado ...

Aste Nagusia. Los fuegos artificiales colorean una noche de luna llena en Bilbao. En las calles la gente se arremolina buscándose, las miradas se proyectan sobre unos ojos, sobre algunos cuerpos en danza que se han ido desprendiendo de la ropa hasta apenas sugerir nada. Hace calor y en la sala oscura de un cine algunos incondicionales del séptimo arte sustituyen la fuerza de lo previsible por la sorpresa que pueda dar un guión. Incluso aunque sean películas sugerentes pero tan exageradas como Elysium o El llanero solitario. Hay cada vez menos público en las salas. Y no es porque en agosto o en fiestas todo el mundo se haya lanzado a las calles. Es simplemente el signo de los tiempos: las descargas, las propuestas on line —cualquiera con un poco de acierto informático puede encontrar una película en la Red el mismo día de su estreno en el cine—; un público más pendiente de las noticias que reciben en sus pantallas diminutas de móvil que en lo que tienen delante, unos jóvenes construidos a partir de una atención esquiva. Lo que algunos han dado en llamar el síndrome de las ventanas. El amor y el sexo se han hecho virtuales, las conversaciones cara a cara se interrumpen cada minuto por el sonido de "guachap", los niños se interrelacionan entre ellos a través de sus máquinas de juegos en red. El cine como actividad social ha quedado anclado en otra época y se revuelve en su propia paradoja: destinado a los más jóvenes pero visto por personas nacidas el siglo pasado. En un mundo en constante desarrollo, en el que información se renueva cada segundo y desaparece para quedarse anticuada, sólo el teatro es capaz de mantenerse en pie: el único modo de expresión artística que no se puede piratear para llevarlo a una pantalla sin que pierda todo su valor.