ISSN: 1578-8644

LUKE nº 147 - Marzo 2013



La luz de las palabras

Marí Carmen Moreno

Las palabras no pueden alimentar la carne silenciosa aunque se desborden como un río. Su capacidad para jugar al escondite por los rincones de la casa se esfuma cuando percibís que no pueden deciros en qué oscuro firmamento brilla la estrella oscura que os ha enmudecido ...

Fotografías: Juan Frechina

Acabo de desnudaros mi alma... ¿Y no me aplaudís?
(X-men)

Los sucedáneos de la fantasía alquilados se congregan para pasar revista. Es difícil salir del cascarón cuando el anhelo trasnocha desorientado y el cuerpo desconoce la mímica de la muchedumbre. Depende mucho de con qué mano te meses los cabellos, de si tú sabes adónde se dirige el sendero que estás atravesando. Depende de si al dormirte te has despertado. ¿Has extendido una alfombra roja para que se paseen glamurosos los actores convocados a la fiesta? ¿Has acertado al hundir la llave en ese pequeño cofre negro al que has asomado tu ojo? Ahí, al agacharte, ¿qué has visto? El aguijón de la reina madre que escupe fuego. Entonces, te lo ruego. No penetres en su barbarie: ¡No le digas tu nombre!

¿Qué pueden hacer por vosotros las palabras?

El cursor se traga el infinito cuenco de las palabras cuando el molino mueve las aspas.

¿Qué pueden hacer por vosotros las palabras? ¿Pueden acaso mimetizarse en los objetos, daros las buenas noches?

Las palabras no pueden alimentar la carne silenciosa aunque se desborden como un río. Su capacidad para jugar al escondite por los rincones de la casa se esfuma cuando percibís que no pueden deciros en qué oscuro firmamento brilla la estrella oscura que os ha enmudecido.

El hombre de hojalata

Sensual, el cuerpo hospitalario acoge al extranjero, solidario. Lo camufla en sus alas y libera las esporas en ese santuario microscopio donde la melancolía es una prótesis extraña que se cae de rodillas ante la omnipresencia de un corazón ebrio.

La camisa de fuerza es deslazada para permitir que el pez chico se coma al grande. Otra vez el viejo truco, otra vez se abren los portalones para que las naves entren al puerto y se avituallen. Otra vez pesa sobre la anfitriona todo el peso de la responsabilidad. No puede permitir que el mercader se marche y que con él desaparezca su piel retráctil.

Detenlo, antes de que lleguen los perros de la noche; esos aguadores, capaces de tragarse hasta vuestras entrañas, si no podéis ofrecerle soldada.

Fotografías: Juan Frechina