ISSN: 1578-8644

LUKE nº 147 - Marzo 2013



El nómada del tiempo

Angela Mallén

El nómada busca el regreso, como Ulises, como el pájaro. El nómada sucumbe a la añoranza. Retoma los hilos de colores, la labor, las viejas palabras, la vieja tristeza, el miedo a la ausencia ...

Hace mil años, un ángel de afable tristeza, hombros caídos y barba crecida, subió al monte, acarició el llano y miró al oeste. Así nació el nómada del tiempo.

Pedro Tellería nos propone acompañar al nómada siguiendo su rastro de voz interna, en busca del mundo que carece de nombre. Dice “(...) Era noviembre y apenas llovía (...) He escuchado en silencio / el mensaje del pájaro blanco / que desde el final de los tiempos / nos recuerda la honda verdad”.

El nómada mira al oeste, pero la vida lo lleva “del norte al ocaso, del sur al olvido”. Porque es el tránsito lo que ocupa al nómada, el peregrinar, fluir, mutar. El lento cambio que observaran los filósofos presocráticos. El nómada medita entre la quietud y el movimiento, mira los campos amarillos de la llanada, las calles torcidas, la cárcel del invierno... Mira al este en los días inciertos... Busca a Dios en los parques helados. Y busca la palabra para hablarnos de un mundo que a nadie pertenece y de un tiempo que arrastra la realidad como el viento arrastra ramas secas en un poblado desierto.

El nómada ha elegido un lugar, pero no renuncia a errar por el filo de los acontecimientos. Está solo ante las voces, ante el suave devenir, ante los campos azules del recuerdo. Nómada de la memoria.

El nómada ha elegido su páramo amarillo donde ser el que oye el sonido del mundo y el que ve su dibujo fluido. Desea un sombrero, una flor, una voz que denuncie y consuele. Desea una verdad. Nómada del deseo.

El nómada medita, cree y duda ante un campo nevado, bajo el cielo con estrellas. “Todos llevamos un nómada dentro / que galopa pensando en su pueblo ignorado”. Y sentencia: “Nada somos los hombres. / Agua de lluvia, polvo en la tarde...”.

El nómada yerra y destruye, como el viento, como el tiempo. El cambio es la única cosa persistente. La permutación incesante que Heráclito percibiera. “El río / pierde en verano un poco de cauce”. El deseo que impele y, después, la nostalgia.

El nómada busca el regreso, como Ulises, como el pájaro. El nómada sucumbe a la añoranza. Retoma los hilos de colores, la labor, las viejas palabras, la vieja tristeza, el miedo a la ausencia: “Sé que te irás. / Como el copo de nieve”. Juega con las pequeñas cosas amadas, teje con los ojos de Ariadna; su mirada inquiere, repasa y comprende que “por amor cambió de ciudad / y por amor volvió a la familia / de hielo”.

El nómada tiene un método, un código de honor: “Vivo sin prisa y sin suerte...Y busco un nuevo destino / para vagar por el mundo / sin temor ni arrogancia”. El nómada sabe, al fin, que “por amor miró a los pájaros verdes / y a las nubes de forma imperfecta”. Sabe que “nunca salió de su cuerpo / y viajó como un hombre curioso / buscando la sombra perfecta”...

Pedro Tellería nos ha mostrado al nómada tejiendo su tapiz hecho de susurros. Sabe que su cuerpo viaja sin moverse del sitio. Sabe que Ariadna mira con los ojos de Heráclito. Cierro el libro de Pedro Tellería y ahora sé que “el nómada se va por los campos / y el pájaro extiende / sus alas de fuego”.

foto: ardiluzu