ISSN: 1578-8644

LUKE nº 147 - Marzo 2013



Poemas

Adolfo Cueto

AZCA

La mentira no duerme, el insomnio es
su lecho. Te trabaja despacio, sin piedad, qué creías,
ni tampoco violencia. Va creciendo despacio ahí,
muy despacio. Muy lenta,
infatigablemente…
Salió sin ser notada. Puso arrugas
en tu vida, como grietas, de pronto, infundadas
razones. Comió del mismo plato esa comida
basura; dejó estas ganas nerviosas
de vomitar. ¿Y ahora qué hacemos, qué
haces, piensas, si no para de hablar? Cuenta historias, mendiga
con ese aire de asmática, pide por los rincones.
Dice tal, dice cual,
pero es siempre mentira: es la puta
mentira arrastrando sus piernas, sus cadenas, sus
frases, disfrazada en el nombre
de ninguno, de todos. La mentira trepando por las habitaciones
de los grandes hoteles, en los pulcros vestíbulos
de las inmobiliarias, en las cafeterías,
los bancos. (Y estas calles desiertas
en su noche profunda: aleaciones de hierro,
zinc y duro cristal, distorsionan, opacan
un difuso horizonte.) Y no para de hablar, habla mucho,
muchísimo; habla de esto
y aquello, dice aquí, dice allá, señalando, no sé
qué resquicio en la noche… Y, un instante,
miramos: pero ahí no hay nadie,
nada. Sólo estos rascacielos.

APAGADO O FUERA DE COBERTURA

Lo que nombra el dolor, en esta hora desierta, ya
no son enredaderas trepando muros viejos
ni es el toro enlutado con su traje de muerte.
Ni la hiel, ni la pena. No es,
ni siquiera, tampoco la palabra herida: es
la palabra que hiere
sencillamente, es la sal en la herida. Lo que nombra el dolor
en este tiempo a cuestas, como un ruido
de emisoras de radio mal sintonizadas –esa luz
no ajustada a nosotros–, es el rostro de nadie
frente a las televisiones, es el hambre,
sus moscas, los cristales tintados
de las torres más altas. Deja pálidos fondos
de avenidas azules, orfidal en la sangre, un zumbido al oído.
Son aviones que parten, son hoteles vacíos
cuando la madrugada, estaciones de metro desmembrando
tus días. Es el animal turbio
que ensombrece los labios de las niñas que ríen,
todo eso es –etc. Te ha mirado a los ojos, y conoce
tus señas: dondequiera que vayas, el dolor
lleva en ti su epicentro.

Hablamos del dolor
como quien busca droga
desesperadamente, como merodeadores destripando
basura, escarbando más hondo, temblorosos,
cansados. Una palabra hiriéndonos en
su ceguera de ver, una gran superficie
desolada nos reúne: la palabra que nombra
lo que nombra el dolor, cuando dice su nombre y
se retuerce en nosotros como un papel quemado.

DESCAMPADO

Aquí, en el extrarradio, en
las afueras del mundo, por la puerta trasera
de la vida, como galgos perdidos
hacia dentro; de cara a
la pared, en el foso, en el muro, detrás de un corazón
de ladrillo pintado, esta caída lenta, esta luz
malherida, supurando aún, quebrada.

Esta música rota, detenida ahí
delante, de espaldas
a nosotros, como plástico sucio en un río
sin agua; este tiempo de nadie en ese descampado
de los días atroces;
ese nombre sin nombre consumido en el frío
de las urbes inmensas…

Allá
lejos, aquí
mismo: aquí mismito, sí, en las cloacas
de turno, tras el sonido azul
de las sirenas, este epitafio mudo, esta elegía
truncada.

EKATERINA SVETLANA
la Rusa

Habitamos la noche con sus seres confusos,
lentos seres ajados. Habitamos la noche,
animales hambrientos, con sus escaparates
luminosos, esa enorme pecera
de colores, y sus fondos oscuros,
abisales, furtivos. Ella vive arañada ahí: un
corazón asustado, entre las carreteras
y los números. Sus días tienen nombres
de mentira sin duda, ruido de cañerías, una herida aún
despierta; un socavón, una zanja
en mitad del asfalto, en el sucio cemento
del reproche. Su mirada oxidándose
entre barras metálicas, esa triste mirada
ferruginosa. Somos aves
de paso, dice –¿desde dónde,
hacia dónde?–, con sus alas ya rotas,
con su azul derruido. Y es de un oro muy frágil, es
toda de oro lejano
–y ese frío de halógenos que nos hiela la vida,
nos congela la sangre… En fin, que hemos llorado
una lágrima humana, como hombres
que somos, a la luz anoréxica de estos bares de pago.

BENARÉS
oración india

Sonríe aún otra vez,
pequeño rostro ingrávido, y duerme al fin, ya
duerme. Y que esa luz gastada
que cae tuya, como mirra
dolorida, en su Ganges nos lave
y lave luego al mundo. Y que la noche ponga
letra y música lenta
a tus ojos de niño. Y que, cuando la muerte
esparza sus metales
y plante sus raíces
en mi frente, perdure esta sonrisa
que vela aún tu mirada.


POÉTICA

Palabras en corrientes subterráneas,
subterráneas corrientes respiradas
–trabajadas, expresadas–:
palabras en corrientes necesarias.

adolfocueto@yahoo.es