ISSN: 1578-8644

LUKE nº 150 - Verano 2013



Plazas: Largo do Chiado (Lisboa)

Vicente Huici

Hay algo de trágico en la deriva de todos estos pueblos del sur de Europa, tan católicos e impulsivos, tan proclives a la emigración, al vino y a las algaradas. Pero este turismo nórdico y americano que me rodea no se da cuenta de nada de todo esto ...

Estoy sentado en un banco frente a la cafetería A Brasileira, muy cerca de una estilizada estatua de Fernando Pessoa que es fotografiada una y otra vez rodeada de niños alemanes, jóvenes ingleses y ancianos franceses. Me pregunto qué sabrán de Pessoa todas estas gentes armadas de teléfonos móviles y tabletas. Probablemente no más de lo que aparece en las guías turísticas rápidas que enseñan a hacerse con una ciudad en unas horas.

Parece que Portugal cambia una y otra vez, hacia adelante y hacia atrás, cada década. Todavía recuerdo al taxista cetrino que me llevó al hotel hace doce años, cuando vine a un Congreso de Filósofos Jóvenes (¡sic!). Era un hombre silencioso y oscuro, probablemente emigrante de alguna aldea perdida de Tras-Os-Montes. Un taxi, por cierto, por el que compitió un petulante ejecutivo engominado que había volado a mi lado y que se me dirigió al principio en inglés hasta que comprobó que yo pertenecía a la piel de toro y ya no me hizo ni caso. Por aquellos años ya nadie hablaba de la Revolución en la calle y el icono máximo de la modernidad eran los grandes Armazens do Chiado. Asistí al estreno de Capitaes de Abril, de María de Medeiros, y la enorme sala de cine Sao Jorge estaba casi vacía. Entre el escaso público predominaban los cincuentones y algún adolescente de largas guedejas.

Hoy, el sueño de la modernidad parece haberse esfumado. Hay mucha gente en paro deambulando por la Baixa, comercios cerrados, casas en venta y bancos acorazados y bien protegidos por la policía. Ayer, sin ir más lejos, un grupo de manifestantes –las manifestaciones se suceden aunque a menor ritmo que en Atenas– comenzó a cantar Grándola, vila morena, de José Alfonso, y se vieron algunas pancartas pidiendo la intervención de las Fuerzas Armadas. Siempre recurriendo al Primo de Zumosol. Sin embargo, y por ahora, solo interviene la troika comunitaria, que cada vez que aparece por aquí lo hace entre una nube de escoltas para cantar las cuarenta y volverse en el mismo avión a tierras supuestamente más civilizadas.

Hay algo de trágico en la deriva de todos estos pueblos del sur de Europa, tan católicos e impulsivos, tan proclives a la emigración, al vino y a las algaradas. Pero este turismo nórdico y americano que me rodea no se da cuenta de nada de todo esto y miran –nos miran– como miraban antes a los norteafricanos. Como mucho les resultamos exóticos, pero demasiado habladores y poco fiables. Nuestra prima de riesgo –fatal expresión tan novedosa como perversa– es en sí misma un riesgo y para ellos es una evidencia de que tan sólo queremos ser colonizados.

Me decido a entrar en A Brasileira para hacer un poco de gasto y animar así, en la medida de mis posibilidades, la economía. El café está exquisito. Abro el primero de los dos grandes tomos del Diário de Miguel Torga que he comprado en la librería Bertrand: "Vila Nova 3 de Dezembro de 1935.- Morreu Fernando Pessoa. Mal acabei de ler a noticía no jornal, fechei a porta do consultorio e meti-me pelos montes a cabo". Me pido un beirào para animar el espíritu.