ISSN: 1578-8644

LUKE nº 146 - Febrero 2013



La solitaria voz de Luis Fernando Heppe

Luke

Hace casi año y medio, un 12 de septiembre de 2011, moría en Bilbao con 58 años Luis Fernando Heppe, un poeta desconocido que nunca dejó de escribir a lo largo de toda su vida. Su obra es ajena a las corrientes habituales de la poesía, ya que apenas mantuvo contacto con los escritores de su ciudad y su tiempo. Vivió aislado del mundo literario, pero no por ello su poesía, alimentada por numerosas lecturas, deja de brotar de un manantial auténtico y trasparente. Sus poemas son torrenciales, aunque estén construidos –casi podríamos decir que cincelados– con extraordinaria precisión.

A Luis Fernando Heppe pocos le recordarán ya, aunque tuvo una fugaz y brillante presencia en la vida bilbaína de los años setenta del pasado siglo y quedase reflejada en la antología 17 poetas de Bilbao (1974), su única publicación en vida. En dicha antología se recogían poemas de Juan Manuel Mazpule o de Javier Viar, entre otros. Seguramente, poetas como Javier Aguirre se acuerden de él en aquellos años.

Luis Fernando Heppe era descendiente, por línea paterna, de unos ceramistas alemanes que emigraron primero a Francia (Lille) y posteriormente se asentaron en Bilbao a comienzos del siglo XIX. Su vida –alejada, como digo, de la vida literaria y poética– se centró en la defensa de los derechos sindicales en el juzgado de Bilbao, primero en Comisiones Obreras, más tarde en la CGT y, finalmente, en la UGT. Se casó cinco veces y tuvo dos hijos, uno prematuramente muerto a los 21 meses de edad en un accidente fortuito y trágico. Sus compañeras en la vida y su hijo, David, le recuerdan como un hombre apasionado y afectuoso, extremamente sensible, mordaz y brillante.

Recogemos en este breve homenaje uno de sus últimos poemas, donde la muerte adquiere la presencia plástica de un árbol tronchado en el tardío atardecer. “Daré mi espacio / a las aves del mundo”, afirma en él. Que quede, pues, en ese vacío que ocupará el vuelo de los pájaros, en el silencio conmovido de una tarde inmensa, este homenaje a un solitario de la poesía, a un creador, que no por ser ignorado, es menos grande.