Espacio Luke

Luke nº 143 - Octubre 2012. ISSN: 1578-8644

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Cámara oscura

Alex Oviedo

Decía Carlos Boyero en el pasado Festival de San Sebastián, que el problema de la Blancanieves de Pablo Berger era que se había estrenado con posterioridad a The Artist y que esto iba en perjuicio de la película del bilbaíno. Una cinta muda, en blanco y negro en los tiempos del 3D y del cine de consumo acelerado. Es cierto que a veces los hados pueden mostrar su peor cara, y que en el caso que nos ocupa, la película plantee comparaciones odiosas. No creo en este sentido que la tercera versión del año del cuento popularizado por los hermanos Grimm —no podemos olvidar que Hollywood nos ha regalado con dos propuestas menores para lucimiento de Charlize Theron (Blancanieves y la leyenda del cazador) y Julia Roberts (Blancanieves, Mirror, Mirror)— tenga comparación alguna con el filme de Michel Hazanavicius, flamante triunfador de los Oscar de este año. Aunque seguramente en el Olimpo americano sea considerada como un remedo de la película francesa (en cuanto a formato me refiero). O como una versión sui géneris de una historia ya conocida.

Dejando a un lado todas estas consideraciones, lo que demuestra el segundo largometraje de Pablo Berger —tras el más que interesante Torremolinos 73— es de que nos encontramos ante un director de raza. Un creador capaz de mostrarnos todo un mundo cinematográfico sólo a través de la imágenes, emulando a aquellos directores de principios y mediados del siglo pasado. Berger nos retrotrae en Blancanieves a directores como Luis Buñuel —quizás el más evidente—, a ratos a Federico Fellini, pero también a Serguéi Eisenstein —fundamentalmente en el tratamiento de algunos de los primeros planos: esos gestos, esos rostros desgarrados por la risa o el miedo, esa forma de planificar las escenas—.

Sorprende igualmente la estética de la película, el reflejo de una sociedad de marcado carácter hispano, el gusto en plasmar el mundo de los toros, sus ritos, su folclore; y todo ello sin que se derrame una sola gota de sangre. Sorprendentes son el funeral o las escenas relacionadas con los seis enanitos —sí, seis, no sabemos por qué—, o las miradas de los personajes que hablan más allá de las palabras —inconmensurables los actores, desde Maribel Verdú a Macarena García, desde Ángela Molina a Ramón Barea, o esa pequeña Blancanieves a la que pone ojos Sofía Oria—. Por no hablar de la música de Alfonso Vilallonga, que consigue que en ningún momento echemos de menos la voz de los actores. Un acierto cinematográfico que nos hace preguntarnos si no sería mejor que a partir de ahora se empezasen a rodar más películas mudas. Por el bien del cine…

blancanieves