Espacio Luke

Luke nº 141 - Julio / Agosto 2012. ISSN: 1578-8644

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Sin cobertura moral

Francisco Taboada

Ya era hora. En la puerta de entrada al recinto han colocado un cartel con un hombre de Vitrubio tachado con una equis. Es un detalle por parte de la Dirección. Los espacios sin cobertura moral deben estar debidamente señalizados, que nadie diga que entró sin saber dónde se metía. La gente es muy tonta, y la ley deja bien claro que el cliente debe estar informado hasta la saturación. Nada más entrar, una pantalla nueva que cuelga del techo me advierte de la pérdida de derechos legales en estas instalaciones y de la necesidad de firmar un contrato que exime a la empresa de cualquier responsabilidad. Aquí se entra desnudo, se actúa al libre albedrío y en la salida recogen tus pedazos. Lo demás es asunto de cada cual, no hay cámaras, sólo sensores térmicos. Por suerte, una amplia curva me impide ver el interior. Puedo oír, amortiguados, distantes, gritos humanos. Pongo en marcha mi identificador, se enciende un camino en el suelo y se ilumina una puerta en la pared. Al aproximarme a ella, aparece el rótulo: “Sólo personal autorizado”. El identificador informa a la puerta de mi llegada, se abre, entro y espero hasta oír el clic del seguro a mi espalda. Me gustan las modificaciones, la empresa se está portando. Desde la torre, la voz de Sacha me pregunta si soy yo. Me asomo al hueco de la escalera. Sacha asoma su cabeza pelada: No subas, vete al triturador número cinco. Rápido. No me gusta que me dé órdenes, le enseño un dedo pero no puede verlo. Me doy prisa en llegar a la avería. En el cajetín del filtro del triturador hay dos ojos azules todavía sanguinolentos taponando la salida. Qué asco de trabajo. Compruebo las cuchillas. Una pala rota ha destrozado toda la sección de corte. Busco un repuesto, lo cambio y luego miro el libro de control. Falta la firma de Ramón debajo de la revisión correspondiente. Añado debajo el parte de mi reparación en letras mayúsculas, para que destaque el vacío dejado por ese insensato, y luego le saco una ráfaga de fotos. Subo a la torre y hablo con Sacha del asunto. Me pide que espere, tiene una tarde muy ajetreada. Una de sus pantallas brilla enloquecida, hay una aglomeración humana cerca del triturador número catorce. El analizador de movimientos llega a la línea de caos y salta la alarma. Sacha pulsa el botón del gas, en la pantalla una mancha verdosa se extiende sobre un agrupamiento de gente. Al instante, los cuerpos se separan y la alarma enmudece. No llegan ni a monos, son como lagartijas. Que me maten si entiendo por qué lo hacen. Le recuerdo que además pagan, y nos reímos. Sacha se niega a aceptar mi propuesta de librarnos de Ramón, le cae fatal pero es mejor que los anteriores oficiales de mantenimiento, lo cual es cierto, y como tiene antigüedad su sueldo consolidado nos garantiza mayores beneficios. Hacemos el cálculo. No revisar el triturador le costará el sueldo de dos meses, o avisaremos al inspector, que le cobrará el doble, dice Sacha. También me recuerda que Ramón se acaba de casar, así que el pago se hará en cuatro plazos. Tengo que aceptar, y además con un 60 a 40 a su favor, porque las hojas de parte falsificadas las tiene él. Será mejor que Sacha no se descuide, un 10 por cien es motivo más que suficiente para que le desgracie la vida. Mi dinero es sagrado.