Espacio Luke

Luke nº 141 - Julio / Agosto 2012. ISSN: 1578-8644

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Las mejores gafas del mundo

Juankar Landa

Me regalaron aquellas gafas de montura negra los días que estaba leyendo unos libros muy raros. Raros entre ellos, quiero decir. Los hijos de los días de Eduardo Galeano, por ejemplo. O Exitus de Antonio Luque, también Sr Chinarro. O La historia del rock vasco, que había firmado Elena López Aguirre, y las últimas páginas de Contraluz, de Thomas Phynchon. Y rutinariamente, las memorias/crónicas de Dylan. Me gustaron aquellas gafas de lupa que no utilicé, pero me hubieran satisfecho más un par de horas de regalo –fuera del día– para ponerme al sol del infierno y a la sombra del cielo. Mayo había sido mi mes más generoso, uno de esos segmentos anuales en los que comenzaba a tener contacto con el mar –sacaba mi pequeño vaporcito (CV) por los bordes del Cantábrico–, experimentaba fotografías con las primeras alergias florales, dejaba de fumar (en público) y dormía sin manta.

Me regalaron, un dos de mayo, aquellas gafas de montura negra, mis dos corazones naturales, (el artificial vive en Lisinoprol), mi mujer y mi hijo; les agradecí de manera especial la dedicatoria con rotulador rojo que acompañaba aquel regalo sin día, de un miércoles cualquiera. Y ese segundo día de mayo amanecíamos en un territorio donde los montes y los ríos siguen manteniendo su virginidad –salvo los grafittis de reivindicación–, Jacetania, los gráficos geológicos que rodean Jaca, incluso ese pequeño refugio que regentan dos curiosas mujeres, focalizado en un interrogante cruce de carreteras: cigarrillos, cafés, delicatessen populares y el alma de Buñuel en el WC.

Nos regalamos cuatro días de mayo aragoneses, pero también algo de sexo y de rockanroll, que mi reina se encargó de inaugurar aquel jacuzzi de casa rural con despertador placentero. Mientras desayunábamos en un palacete rehabilitado para el glamour, encontré en un flyer una oportuna sorpresa: esa misma noche actuaba uno de esos outsiders neoyorkinos, Steve Hooker, a pocos kilómetros del lugar. Resultó una velada íntegra, completa, mientras las canciones de SH –guitarrista adosado de Wilco Johnson, Flaco Jimenez o Chuck Berry– se revisionaban con electricidad (llevaba una banda que había alquilado en Madrid), nos cenábamos unos bocatas de lomo con pimientos de lujo. La madrugaba anunciaba lluvia, quizá nieve, pero mis gafas de montura negra cerraban mayúsculamente el libro de Phynchon. ”Se pondrán las gafas ahumadas para la gloria de lo que llega para separar el cielo”, y veo dormir a mis dos corazones a pierna suelta.

+1 (necro-i-lógica: muere David Weiss, el “Oso” de Fischli&Weiss, una de las parejas de creación en el arte contemporáneo más incalificables y persuasivas. Había nacido en Zurich en 1946, viajó por el beat estadounidense de los setenta, también dejó huella en Cuba o en Tánger, asimilando ese vicio viajero a sus proyectos futuros. Sus láminas coloristas e íntimas tienen la sensibilidad de su compatriota escritor Robert Walser –una lección de cotidianeidad y belleza que terminó sus días en un manicomio–, y cuando en 1979 formó Fischli&Weiss junto a Peter Fischli, tomaron la dirección más surrealista y desconcertante. Vídeos, filmes, instalaciones y mucha fotografía. Yo tomé contacto con su obra hace tres años, de paso por Madrid, sorprendiéndome con su exposición “¿Son los animales personas?” en el Palacio de Cristal del Retiro. Creo que era una auspicia del Museo Reina Sofía, y con aquellos gigantes de “osos” y “ratas” me enganché a su trabajo. Eran las mismas preguntas del dadaísmo transportadas a nuestro tiempo, inteligentes e irónicas, bañadas de minimalismo absurdo. Esa ordinaria locura que se echa en falta en la cultura internacional).

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