Espacio Luke

Luke nº 135 - Enero 2012. ISSN: 1578-8644

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Cítaro

Antonio Tello

Cítaro, como le llamaban, era un poeta popular que se ganaba la vida recorriendo los pueblos y recitando sus poemas en plazas, teatros, circos e incluso, cuando se lo pedían, en bodas y bautizos. Aceptaba lo que la gente le daba, fuese mucho o poco, con una sonrisa de gratitud y, habitualmente, se dejaba invitar a beber y a comer por cualquiera. Todos conocían a Cítaro y lo querían como a un pariente o a un amigo, porque reconocían sus alegrías, sus tristezas y todas sus vidas en los poemas que recitaba. Por eso, cuando el 30 de mayo de 1976, un grupo de soldados del III Cuerpo del Ejército lo despertó a culatazos y se lo llevó a rastras de la pensión donde se había hospedado, el pueblo entero quedó aturdido. Nadie podía imaginar la causa. Ni siquiera quienes solían prejuzgar a las víctimas de tales arrestos violentos con un «algo habrá hecho» pudieron decirlo en el caso de Cítaro.

Lo cierto es que a raíz de éste y otros sucesos semejantes, en esos días la gente empezó a temer a las fuerzas del orden y a considerar que cualquiera podía ser encarcelado en cualquier momento y por cualquier motivo. Pero si los cada vez más frecuentes arrestos habían atemorizado al vecindario, el terror lo paralizó la mañana en que, frente a la iglesia, hallaron a Cítaro desangrándose, con la lengua cortada colgando del cuello a modo de corbata. Nadie salió a ayudarlo, pero un vecino, sobreponiéndose al miedo, desde un teléfono público llamó a una ambulancia, que no tardó en llegar y llevárselo. Fue así como Cítaro y sus poemas desaparecieron.

En 1986, al final de la primavera, un excursionista que pretendía llegar a las ruinas del Pueblo Escondido, un viejo campamento minero situado al pie del Cerro Áspero, se perdió en las sierras. Durante varios días vagó subiendo y bajando cuestas sin encontrar el camino hasta que, casi al borde de la extenuación, llegó a la encrucijada de dos pedregosos arroyos de agua cristalina. Aquí sació su sed y se sentó a la sombra de una enorme peña. Agotado por el esfuerzo y el hambre, quizá se durmió durante un rato en el que todo le pareció ocupado por un silencio abarcador que, poco a poco, empezó a abrirse a notas tan armoniosas como nunca había oído. Notas que sonaban como una poesía sin palabras nacida del cosmos y cuya sutil vibración se extendía hasta alcanzar el mundo y el corazón de los hombres. Era, sin embargo, una poesía humana que no necesitaba de la voz ni de la escritura para ser sino la entrega de quien quisiera escucharla. Él lo hizo. Vislumbrando acaso su fin, se entregó a esa poesía dejando que las notas lo disolvieran en una especie de éxtasis mayor hasta que su intensidad fue menguando y acabaron por confundirse con el sonido del agua del arroyo. Pero aquello que había sentido no desapareció del todo. En el aire quedaba aún como la latencia de una caricia que podía seguir por un sendero apenas visible entre las piedras. Después de subir una loma llegó a otra hondonada donde pastaba un rebaño de cabras. Bajó a ella y enseguida vio que a la sombra rala de un arbusto descansaba un hombre, cuyo perro ladró al oírlo. El cabrero giró su cabeza hacia él y, a pesar de los años transcurridos y la larga barba que llevaba lo reconoció. Cítaro, al verlo, le sonrió como siempre sonreía cuando alguien le daba algo, al tiempo que emitía un sonido cavernoso a modo de saludo. Él, aunque azorado por el encuentro, le dijo que andaba perdido desde hacía varios días. Cítaro, con gestos que daban sentido al áspero ronquido de su laringe y la ayuda de líneas que trazó en el suelo con una piedra, le enseñó el camino a través de los montes. Arriba, dos águilas también parecían trazar con su vuelo las invisibles líneas de un mapa. El excursionista, bajo la emoción de la reciente experiencia, dio la mano a Cítaro con gratitud y admiración. A pesar de todo, nadie le había podido arrebatar el don de la poesía. Tal vez, pensó observando una vez más el vuelo de las águilas mientras se alejaba, lo que diferencia la moral de las aves de la moral humana es que los hombres pueden sobrevivir al desgarro de la especie.

POÉTICA SUCINTA

Dos conceptos fundamentales y complementarios guían mi escritura, el principio de libertad y la memoria. Escribir sostenido y llevado por la idea de libertad ilumina el camino hacia la verdad sorteando los obstáculos de una realidad inmediata infiltrada de intereses particulares, sentimientos y espejismos –históricos, políticos, ideológicos– que la distorsionan y fraguan los falsos discursos. De aquí que la honestidad del poeta sea vital para eludir las tentaciones del conformismo, el entretenimiento o la educación y expresar, en toda su crudeza, la crueldad y la belleza de la verdad, y que tal expresión tenga la solidez necesaria para resistir la acción corrosiva del tiempo. Es sobre la memoria que construimos el mundo y la civilización humana avanza hacia estadios superiores. La aspiración a la libertad y el ejercicio de la memoria son los recursos humanos para evitar la caída, uno de cuyos síntomas es perceptible a través de la degradación del lenguaje, sea éste oral o literario.

Antonio Tello © Victor Outomuro

Antonio Tello. Poeta, narrador y ensayista nacido en Argentina en 1945. Desterrado de su país, reside en Barcelona desde 1976. Tras publicar en 1973 el libro de cuentos El día en que el pueblo reventó de angustia, en 1987, Tusquets inició la colección La flauta mágica con su primera novela, De cómo llegó la nieve, a la que siguió, dos años después, el libro de cuentos El interior de la noche. Su segunda novela, El hijo del arquitecto, fue publicada en 1993 por Anaya & Mario Muchnik; y la siguiente, Los días de la eternidad, en 1997, por Muchnik Editores. En 2004, Candaya publicó el poemario Sílabas de arena y, en 2009, El mal de Q., edición crítica de sus cuentos reunidos. En 2009, la editorial argentina Cartografías publicó el libro de poemas Conjeturas acerca del tiempo, el amor y otras circunstancias y, en 2011, Nadadores de altura.

Asimismo ha publicado los ensayos Extraños en el paraíso, Historia del siglo XX, El Quijote a través del espejo, Breve historia de Argentina. Claves de una impotencia, el Gran diccionario de voces eróticas de España e Hispanoamérica y Atlas básico de política, biografías de grandes personajes, etc. y realizado las notas históricas a varias ediciones de la Biblia.

Considerado por la crítica española «uno de los escritores más relevantes de la literatura argentina del exilio» y «uno de los narradores hispanoamericanos más rebeldes de su generación», la obra de Antonio Tello, objeto de tesis universitarias y de varios ensayos específicos, es situada en la «tradición de los grandes maestros del siglo XX».