Espacio Luke

Luke nº 138 - Abril 2012. ISSN: 1578-8644

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El treceavo apóstol

Enrique Gutiérrez Ordorika

el sol era rojo, la luna era gris
la tierra y el cielo eran como el encuentro de dos montañas
Dylan Thomas

Isadora

Mientras el dios invisible cuelga de la lámpara y la aparente verdad centellea en el espejo, el poeta llena el tintero con la sangre que los niños han desparramado sobre la mesa y escribe acerca de la felicidad:

“La impaciencia habita la infancia. La vejez es una maldición. Prefiero resobar el esplendor del pecho de la bailarina que nublan los velos”.

Sus versos son espejismos del instante en que la fuga del tiempo se detiene y guiña su ojo la cámara fotográfica.

Sueña con capturar el presente, con que la vida regrese de la fotografía, con que la felicidad exista, con que la decepción no vuelva a visitarle cuando a la bailarina la rindan sus cansancios.

El treceavo apóstol

Vladimir, me he perdido buceando en los nomeolvides de mi alma. Te robé el sombrero; no lucía bien sobre las sienes destrozadas por la mordedura de la bala. El traje quedó guardado en el armario, puedes vestirlo en el entierro; las polillas ensancharan con él su despensa. La camisa se la regalé a Serguei. Me la pidió para el velamen amarillo con el que navega por una bañera llena de un turbio líquido rojo. La corbata ondea su negrura como una serpiente mudando de piel sobre el mástil de la chimenea. Es tiempo... No tengo palabras, se me hiela el corazón. Los zapatos los tiré al basurero. Tenían un clavo más espeluznante que cualquier imaginación amenazando la andadura de los pies. En cuanto a los calcetines, les he dado la vuelta para liberar los nombres de las mujeres a las que he amado sin que ellas lo supieran. Ojalá me reclamen cada beso. Ojalá los sueños complaciesen al corazón. Ojalá no hubiese falsedad en esta profecía

Endymiones

Mece una cuna de adormideras la perdurable estampa. Hay un cojo entre los sublevados delirando en un bosque perenne de pubis femeninos, mientras suena el llanto por el Héctor de la canción antigua. Los latidos de su corazón fermentan dentro del frasco en el que la mujer del galeno embotó la compota. Las olas rompen espuma sobre la embocadura del golfo, ¡Pobres viajeros! La travesía se acaba.

Veo navíos de roca encallados en las costas griegas de Patras. Viajaron a buscar sal marina con la que arrebatar la dulzura a las aguas del lago. Las lágrimas derramadas por los que fallecieron terminarán desbordando el recipiente. El aire se hace permeable al lamento del náufrago: “Lloro por Adonáis...”.

Camina descalzo entre las flores pisoteando margaritas de invierno. Las pupilas se dilatan, los párpados no resisten la obertura que deshoja los pétalos: te quiero, no te quiero. Un susurro borra los rastros de su nombre en los renglones y la incisión de mujer tiene un tallo vegetal anudado en amapola al ombligo. No hace falta estudiar botánica para deducir que es de la familia de la Papaver Somniferum.

campo adormidera