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Espacio Luke

Luke nº 132 - Octubre 2011

La máscara y el canto XIII. La arquitectura sin ideas. Para una crítica constructiva del proyecto

Emilio Varela Froján

A primera vista puede parecer que este título quisiera decir que faltan ideas en la arquitectura, que los arquitectos nos hemos quedado sin ellas. No obstante, advierto desde el principio que justamente quiero referirme a todo lo contrario, exactamente a que el problema real de la arquitectura es que le sobran ideas, como a las ciudades les sobran edificios, que se ha abusado, empezando desde las escuelas de arquitectura, de la “idea” del proyecto, y que este abuso ha dado como resultado unas arquitecturas para las ciudades de marcado carácter subjetivo, con un alto contenido artificialmente simbólico, consecuencia de un pensamiento referido únicamente a lo representativo y a la expresividad particular de cada arquitecto.

De cualquier forma, es bien cierto que toda arquitectura se encuentra en un lugar entre el paisaje y la máscara o, lo que es igual, que ocupa los espacios entre la construcción de la naturaleza y la del rostro. Y que pensar el proyecto únicamente con la imaginación lo ha convertido en expresión y representación de lo metafórico, de la misma manera que los espacios imaginados para la arquitectura y las formas inventadas para la belleza han sido las figuraciones de lo monumental, de lo ideológico y de su poder.

Sin embargo, cuando la arquitectura se ha pensado en sus límites concretos, en los términos que le son realmente propios, ha conseguido sus formas últimas de la inmovilidad y sus espacios definitivos del vacío o, mejor, de las formas inmóviles del tiempo y del espacio. Inmovilidad y transparencia que son, para la arquitectura, la forma visible del silencio o la visibilidad del silencio en la luz y en los espacios. Porque la arquitectura que se piensa y define en los límites y términos de la visión debe concluir con la máscara que la expresa en un vacío, y con el paisaje que la representa en la inmovilidad.

Para ello, es necesario diferenciar cuanto antes, es decir, desde el inicio del proyecto, en qué tipo de coordenadas se va a mover el pensamiento del arquitecto, si en la imaginación de la naturaleza o en la conciencia de sus límites o, mejor, si va a buscar la “idea” del proyecto o, por el contrario, se va a limitar a definir el hecho arquitectónico.

Afirmo lo anterior porque el hecho arquitectónico no es la idea del proyecto ni es el edificio construido, sino que es la construcción misma del propio pensamiento, que se manifiesta en el espacio y el tiempo que la forma de la arquitectura y su materia concreta han definido. El proyecto, por tanto, debería concentrarse no tanto en representar y expresar su idea como en ser desde su origen la misma forma y materia que coincidirá con el futuro edificio.

Efectivamente, un pensamiento que se imagina la naturaleza e impone el poder de su razón definirá una arquitectura entre el paisaje y la máscara, entre la figuración del ideal y la belleza y la representación del espacio y de la luz, mientras que un pensamiento que es, de forma contraria, conciencia del mundo y de sus límites, lo hará en los términos de la inmovilidad y del silencio que definen el vacío de una arquitectura entre el muro y la estatua.