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Espacio Luke

Luke nº 132 - Octubre 2011

La botella

José Manuel Botana

Obra: Vencoraz
Técnica: óleo sobre fotografía
Artista: Malena de Botana
jmbotana@arte-literatura.com
www.arte-literatura.com
www.malenadebotana.com

Su lengua jugaba en el interior de una botella de vidrio, introducía la lengua en el cuello de botella buscando otra lengua, entornaba los ojos e imaginaba a niñas medio desnudas. Intentó pensar que era la boca de un niño, pero no le hacía sentir lo mismo, pensó en su madre y su padre besándose y no le pareció ni medio romántico, la boca de su padre estaba demasiado seca y la piel demasiado dura, ¿por qué su madre lo besaría en la boca con tanta pasión como para quedarse el pelo flotando en la sala? Si eso era amor, desde luego era algo sucio. Hizo un receso para descansar del aprendizaje de la técnica del beso y buscó en Internet la foto de un deportista que volvía locas a sus amigas, sobre todo a Karla, lo encontró con el torso mojado, ella diría que de aguardiente, se hizo la remolona pero al final besó la botella metiendo la lengua bien adentro, intentando encontrar la de él, pero no sintió nada especial. Buscó a una tenista, sus ojos se clavaron en sus pechos, miró con atención sus labios y besó de nuevo la boca de la botella, esta vez tumbándola sobre ella, su cuerpo se calentaba y en la soledad de su cuarto imaginaba cómo la tenista perdía su ropa interior, le venció el sueño con la lengua dentro de la botella. Cuando le despertaron los gritos de su madre atosigándola, vio la botella en la cama y se regaló un “No estuvo mal” como había visto en las películas. “De hoy no pasa, por un beso de ella me arrastro como una culebra, de hoy no pasa, hoy beso a Karla”, se decía a la vez que buscaba un pintalabios en la cómoda de su madre. Cuando lo encontró, el corazón le dio un vuelco. Iba a besarla.

Desayunó rápido, esquivó el beso de su padre aunque se arrepintió enseguida y volvió sobre sus pasos para aceptar esa manifestación de cariño, hoy los poros de su piel estaban más suaves, incluso sus cuerdas vocales sonaban más dulces, por la cabeza le cruzó la idea de que tal vez su padre se estuviese afeminando.

Al salir a la calle el corazón se le aceleró de nuevo, buscó nerviosa el pintalabios en la mochila, allí estaba, sin duda hoy era el día, aceleró el paso mirando el reloj con insistencia. Por fin llegó hasta Karla, que sentada en las escaleras parecía que estuviese escuchando el mar.

–He traído el pintalabios.

–Pues vamos –dijo, dándole menos importancia de lo que ella esperaba.

Entraron en los vestuarios, sacó el pintalabios y se lo ofreció a Karla, que comenzó a pintarse los labios despacio, contemplando en un espejo diminuto cómo se iba coloreando cada milímetro de su piel. Ella hizo lo mismo, y sus caras comenzaron a aproximarse. Agarró fuerte la cabeza de Karla y sintió un estremecimiento tan brutal, que casi le hizo perder la conciencia.

–Ahora dámelo –dijo Karla mojándose los labios–. Yo ya he cumplido.

–¿Y qué te ha parecido?

–No está mal, tendremos que seguir practicando –respondió guardándose el pintalabios y obsequiándola con la sonrisa más bonita que había visto en su vida.