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Espacio Luke

Luke nº 128 - Mayo 2011

La vida me persigue (y no me suelta)

Ángela Mallén

Título: La vida me persigue.
Autora: Itziar Mínguez Arnáiz
Editorial: Renacimiento
Año de publicación: 2006

Hoy quiero hablar de un libro que, para nuestra noción temporal desvirtuada por nuestro ensimismamiento en el presente, podría parecernos "de viejo". El libro acaba de cumplir un lustro, aunque en verdad, si pensamos en la larga vida que le espera tanto en el ahora como en la posteridad, no es más que un niño. En su nacimiento se hizo con un galardón (X Premio Surcos de Poesía 2006). Es decir, nació ya bendito. La vida, su azaroso dueño, quiso que llegase a mis manos ahora, cuando mi entramado experiencial me capacita para comprenderlo y comprenhenderlo. Este libro se llama La vida me persigue. Su autora es Itziar Mínguez Arnáiz, poeta y narradora, natural de Barakaldo.

El poemario nos invita a acompañar las últimas horas de un lúcido suicida. Está escrito, novedosamente, en clave narrativa. Una poesía que narra. Ya estaba ensayada la narrativa lírica, pero ¿quién se ha atrevido con la poesía novelada? Se diría que para este empeño Itziar Mínguez invocó a dos angelotes guardaespaldas: Charles Bukowsky y Raymond Carver, dos grandes de la concisión. Acudieron juntos, pero reeducados y pulidos. A partir de ellos, bajo su sombra, parece que encontró la poeta un camino que aún llega más lejos en el rigor y más alto en la elegancia.

La vida me persigue, y se podría decir que también otros poemario posteriores de la misma autora, está impregnado de un existencialismo que me atrevo a apellidar de "nipón", en cuando se percibe en él ese toque filosófico parisino, bohemio, rouge, y al mismo tiempo una expresividad sintética de koan. Se trata de un minimalismo analítico en la forma y en la limpieza de la mirada. El lector entra en el monólogo del protagonista, suplanta la conciencia de ese suicida amante del camión de la basura, e intuye en la poeta un gesto de operación con escalpelo, buscando el menor daño, la mayor eficacia. El resultado es la precisión de los artilugios orientales y de las artes marciales.

Desde las 04:09 a las 16:20 (páginas 26 a 66), la inteligente ironía no cesa de tender un jaque mate al melodrama ("Galvez tiene nombre de investigador privado / y cara de cantante de tangos"). No es un tango lo que canta el suicida, porque su intención no es alimentar el desgarro, aunque sí tiene algo de chanson a lo Brassens o Brel que transgrede y trasciende lo cotidiano, la existencia plana, con acordes melodiosos y luces de ironía.

Me encanta el protagonismo de la estilográfica, ese objeto último relleno de ambición y frustración que se convierte en legado. Me encanta la amistad seca con Lolo ("Yo le miro al diente /... Y a punto estoy de invitarle / A morir conmigo"). Y la foto de Marina que no envejece.

"Y he llegado a Córdoba la bella / La misteriosa / Por tu culpa..." Esos puntos suspensivos entran de lleno en Iziar Mínguez, en lo que carga y siente, rebusca y acierta. La tensión tripolar entre la narradora, la filósofa zen y la poeta.

Llegó un momento en que había terminado de leer este libro, eso no significa que no siga "persiguiéndome", puesto que el modo en que se llega a la página 105 no se puede decir que sea "terminando", sino cesando. El libro cesa pero no termina, ¿se puede imaginar un final así? Cabe tanto entre los dos últimos versos... Podría llegar mañana (pero puedo evitarlo; pero mi voluntad se interpone lánguida, incruentamente; pero me antepongo; pero me anticipo; pero he aprendido; pero tomo cartas; pero lucho y no lucho; pero ceso... perdón... no pasa nada... todo sigue igual) Y ser igual que ayer.

Antes de llegar a la página 105 llegué a comprender cuánto hay en este poemario de Camus y de Sartre, de El extranjero y La nausea. Sólo que en forma destilada, casi como un perfume existencialista.

"Gracias", debo decirle a la autora, ahora que ya es un hecho consumado la lectura, el deleite y el convencimiento. Puedo decir además que se ha cobrado una buena pieza. Aunque también se puede decir que me la he cobrado yo. Cuando la literatura es tan excelente, ambos –escritor y lector– obtenemos pingües ganancias.