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Espacio Luke

Luke nº 126 - Marzo 2011

La luna menguante

Enrique Gutiérrez Ordorika

Necrología

Él dijo que era un pintor de sonidos y los transeúntes le dieron la espalda. No entendían aquella extraña profesión. No entendían, oídme bien: un pintor de sonidos. Extraña profesión o idioma para un hijo de la luna menguante.

I.N.R.I.

El duende llora pero no tiene pena, es insípida la savia que riega su corazón. Desabotona la noche y duerme entre pezones, como un bebe saciado. No es inocencia ni muerte. No es vida. Hay en el cielo estelas de astro prestado con mirada de cíclope y rastros de sangre humana en el sonajero. Viandantes hartos de polvorones pasan un rato de visita, con lástimas azules para los niños y sollozos rosas para las niñas. El padre pide piedad a un hijo de dios cojo que reniega de su propio destino. No quiere consumir su única esperanza: Regresar a la tierra y volver a vestirse con pellejo de hombre para saciar su sed de venganza. Nadie le pregunta por el dolor. Nadie quiere recordar que pertenece a una estirpe de asesinos. Pero el que todo lo oye oculta los alaridos de la pesadilla en sus almohadones de plumas. Pero el que todo lo siente se toca con la palma de la mano en el costado. No puede olvidar el invierno de aquel año cero. Aún le duelen entre los dedos los clavos roñosos. Aún tiembla al saborear entre los labios la añoranza avinagrada del sabor agrio del calvario, la infamia y la paz de la muerte.

En el espejo

Hoy he visitado un paisaje en el que el delirio dejó huellas de viaducto romano. Son invisibles pies entre las nubes por los que los brillos matinales tejen pasadizos de huida para las ninfas. Tenía mejillas de manzana y andar de espuma que va y viene, como azúcar que se disuelve en las costas de los labios. Tenía ronquido de trueno que amenaza en vano, no llueve, y la hierba implora su deseo para que ahogue la negrura del canto de los grillos. Tenía silueta paratangente, en la que resbalan, sin penetrar, las caricias. Tenía mentiras que humedecer en la boca, como las mejores amantes. Tenía derrota e infierno, clemencia fugaz y desahogo para almas en ruinas. Tenía heridas sin remedio, como un adiós irreparable. Ya no está. Crece en lejanía. Permanece como una grieta en el espejo. Envejeceré y seguiré contemplando el mismo desfiladero, quejumbroso y errante, en inmortal cicatriz, desgarrándome la cara, incurable, atravesando de lado a lado mi mejilla.